El regreso de la 4T al viejo y corrupto nacionalismo revolucionario del PRI de los años 60s a 80s, amenaza al país no solo con la regresión ideológica, política, económica y social, con la restauración del estatismo populista y el autoritarismo presidencial como sistema de vida, sino al empobrecimiento y la dependencia social del paternalismo gubernamental.

El hartazgo de ese modelo, representado principalmente por Adolfo López Mateos, Luis Echeverría y José López Portillo, caracterizados por su ineficiencia y corrupción, por las recurrentes crisis económicas: devaluaciones e inflación galopante (180%, en 1988); por las crisis petroleras; el autoritarismo presidencial y sus poderes metaconstitucionales; la falta de democracia y el “carro completo” en las elecciones; la ineficiente burocracia; por el control o liderazgo de las policías de las mafias… motivó la alternancia electoral en el año 2000.

En 1981, Carlos Tello y Rolando Cordera publicaron el libro: México, la disputa por la nación, en el que los autores plasmaron la realidad política, económica y social de México hasta la década de los 80, y, preocupados por el futuro del país planteaban dos alternativas: optar por el neoliberalismo, o continuar instalados en el nacionalismo revolucionario. Hoy se requiere que los intelectuales y los dirigentes de las ONGs construyan nuevas alternativas que rompan este movimiento pendular que no representa cambios positivos.

En 1981 parecía que México no tenía opciones: alinearse con los Estados Unidos, alejándose de Cuba y Latinoamérica (neoliberalismo); o persistir en el autoritarismo simpatizante de Cuba y el antiyanquismo (nacionalismo revolucionario). No había alternativa: el populismo empobrecedor y corrupto ya era conocido. Pero el neoliberalismo era una incógnita. Su mayor atractivo era la libertad de la sociedad para participar política, social y económicamente, pero resultó falsa.

En realidad no era una alternativa para la sociedad, sino para la subsistencia del PRI, que optó a partir de 1982 por el neoliberalismo, generando la escisión de la fracción nacional revolucionaria, en 1986, y un conflicto permanente entre ellas desde entonces.

El cambio no fue tal. El ADN político siguió inalterado (la corrupción, el monopolio del poder, el control autoritario). La corrupción, sangre que alimenta y motiva sus vidas se fortaleció con la creación y subordinación de una nueva élite económica y empresarial.

El fin del viejo sistema político mexicano y la creación de uno nuevo, se frustró con Vicente Fox y Felipe Calderón, que engrosaron las filas del PAN con priístas; y pese a que lograron la estabilidad económica, y sortear bien las crisis, mantuvieron al viejo régimen. De Enrique Peña Nieto no hay nada que agregar.

El futuro del país está en riesgo. Hoy toca a la sociedad, no a los partidos, construir una nueva hoja de ruta que rompa la bipolaridad neoliberalismo/populismo, entierre al sistema político que nos gobierna desde 1929; y, por otro lado, construya un modelo que respete los derechos y las libertades humanas; encause al país hacia un desarrollo más equitativo y solidario, en el que se genere riqueza sin excluir de los beneficios a nadie; en el que impere la justicia, y el poder tenga límites sanos que no le impidan cumplir con sus funciones rectoras, porque requerimos de un Estado fuerte para conducir los cambios. Toca a la sociedad disputar el futuro de la nación. 2024 será un hito.

Periodista y maestro 
en seguridad nacional

Google News