Una vez más, el Presidente se expuso al ridículo personal y nacional, por no contar con asesores que le hagan ver la importancia de los foros para ofrecer mensajes de altura.

Quizás quien elabora los discursos presidenciales debería contener sus prejuicios e investigar los temas que se expondrán, para que no luzca su docta ignorancia en asuntos tan delicados como el peregrino señalamiento a la ONU de que “Nunca en la historia de esta organización se ha hecho algo realmente sustancial en beneficio de los pobres…”; o que la solución de los problemas de la humanidad se resuelven con programas asistenciales, cuando estos, en sí, son salidas temporales, no soluciones definitivas.

Igualmente insensato fue llamar a la ONU a que despierte de su letargo y salga de la rutina “que se reforme, que denuncie y combata la corrupción en el mundo”, cuando los problemas que vive cada país son multifactoriales, y no se reducen al simplista diagnóstico de la corrupción y el neoliberalismo como la causa de todos los males; ni todos los problemas se resuelven dando dinero para plantar árboles, o combatir a la delincuencia organizada ofreciendo abrazos y no balazos…

La personal y errónea interpretación que AMLO ha hecho de los problemas de México, y de sus soluciones —que, para decirlo rápido, nada ha resuelto—, tampoco aplica a otros países.

Quien escribe sus mensajes debe entender que a la ONU no acuden paleros como “Lord Molécula” y los otros personajes que actúan de comparsas, ni el público está compuesto por las focas aplaudidoras del Presidente, por lo que resulta inútil el simplismo de las falacias expuestas en las mañaneras, como la de “generalización precipitada” (porque a mí me sirve les sirve a todos), en un foro tan importante como el Consejo de Seguridad de la ONU.

Las respuestas en el mismo Consejo no se hicieron esperar: los representantes de Rusia y China ante la ONU destacaron que este no es el foro para tratar estos temas ni que este Consejo cuenta con las herramientas para atender esta clase de problemáticas; que cada país debe reconocer sus realidades nacionales, establecer aparatos inclusivos y dejar que el pueblo sea el amo de su propio destino, por lo que resultaría injerencista esta clase de propuestas.

Resulta paradójico que en el organismo internacional donde se privilegia el diálogo, el acuerdo y el consenso, se pretenda imponer visiones generales e inviables: proponer la fraternidad mundial, cuando el mismo que la propone agrede y polariza diariamente a sus mandantes; o el combate a la corrupción, cuando en su propio gabinete y familia hay personas señaladas de estar involucradas en actos de corrupción; o dar dinero a los jóvenes en lugar de hacer algo para abatir a la delincuencia organizada, suena a ocurrencia ranchera.

Aún si se distribuyera todo el dinero de los ricos del mundo y de todas las trasnacionales entre los más pobres, se acabara con el neoliberalismo y la corrupción, no se resolvería la pobreza. Este problema se abate con generación de riqueza y su equitativa distribución, brindando oportunidades; y, sobre todo, con el testimonio de principios y valores -solidaridad, subsidiaridad, bien común, respeto a la dignidad de la persona humana, entre otros-, en la vida personal y social.

A México le urge política exterior congruente, y al Presidente dejar de ser candil de la calle y oscuridad de la casa.

Periodista y maestro en seguridad nacional

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