El crecimiento de las ciudades es una realidad inevitable. La urbanización de la población es la tendencia natural en el curso de la evolución de los asentamientos humanos, un hecho ante el cual sólo tenemos dos caminos, aceptar el reto y adelantarnos a sus demandas con ingenio y contundencia o sucumbir al caos que supone una ciudad que ha sido superada en su capacidad de gestión.
Los indicadores nos hablan de que para 2050 70% de la población mundial vivirá en ambientes urbanos, simple y sencillamente porque la urbanización se ha convertido en una piedra angular para el desarrollo económico y esto constituye un atractivo poderoso para la población que se ve seducida por promesa de mayores de oportunidades, de trabajo mejor remunerado y de una mejora en su calidad de vida.
Sin embargo, se sabe que no todo crecimiento urbano necesariamente lleva aparejado un beneficio homogéneo para todos sus habitantes, pues la sobrecarga que supone un crecimiento acelerado y desmedido de la ciudad corre el riesgo de generar profunda inequidad y marginación en los sectores de la población más desfavorecidos.
Un caso que podemos tomar como ejemplo de lo anterior es China, donde a pesar de que a partir de su apertura comercial en 1978, gracias al incremento de productividad en los centros urbanos, el gobierno ha logrado sacar de la pobreza rural a más de 800 millones de habitantes. La velocidad con la que la población se está urbanizando está provocando en la actualidad que un buen número de habitantes se encuentren en riesgo de caer en la indigencia, pues si bien cuentan con un ingreso mayor al que podrían tener en un ambiente rural, también es éste relativamente menor si lo comparamos con los gastos considerablemente superiores que conlleva vivir en la ciudad.
Como China, son muchos los países que están viendo el crecimiento trepidante de buen número de sus ciudades, particularmente aquellas de tamaño medio que, como Querétaro, tienen una ubicación estratégica y una vocación idónea para la inversión y el incremento de la productividad industrial y comercial. Es por ello que es tan importante contar con una visión clara que permita establecer estrategias para hacer frente a las demandas y requerimientos que necesariamente llegarán, si no es que ya lo han hecho, en la medida que la población aumente.
Evitar la expansión urbana a través del crecimiento vertical es una de estas estrategias. Crecer no debe ser sinónimo de ampliar, debe ser sinónimo de optimizar y potenciar los recursos existentes para hacerlos más productivos y con ello ser capaces de atender a un mayor volumen poblacional sobre una superficie urbana más densa y acotada, lo que a la vez genera una base tributaria más amplia con la que se puede financiar una mejor infraestructura y mayor número de servicios, lo que a su vez atrae más población, generando así una sinergia positiva.
Según Richard Dobbs, experto en tendencias de la economía global, hay cuatro aspectos que garantizan una gestión urbana efectiva para hacer frente a la acelerada urbanización de las ciudades de manera exitosa: un horizonte de planeación de 1 a 40 años como mínimo, una fuente de financiamiento que facilite la implementación de los objetivos planeados, una gobernanza eficiente, duradera y confiable que garantice la continuidad del plan, y finalmente la elaboración de políticas específicas en áreas críticas, en particular aquellas de tipo social. En México, tenemos que hacer frente común Gobierno, Desarrolladores y Sociedad para afrontar todos estos retos y consolidar un desarrollo urbano más sostenible.