El llamado “crimen organizado” no se organizó por sí mismo; ya venía con estructura y organización. Su estructura se origina en las policías y fuerzas de seguridad del Estado mexicano. Por eso la guerra es cruenta y se extiende a todos los niveles del Estado y la sociedad, porque conocen el medio, actores y contexto. El ejemplo de los Zetas no es la excepción, sino la regla. Desde hace tiempo, para nadie es extraño que toda banda, célula, clan, cartel u organización, tiene entre sus filas de base y mando a policías y ex policías. ¿Cómo fue posible esto?
Uno de los momentos clave lo encontramos hace unos 20 años a causa del cambio de comportamiento de los compradores de droga norteamericanos, quienes decidieron que México no debería ser sólo un país de paso, sino también consumidor y empezaron a pagar con droga el aseguramiento de los cargamentos que iban haciendo pequeños mercados. Así nació el narcomenudeo y de ser exportadores medieros, ahora hasta se importa todo tipo de sustancias. Si a eso unimos la grave crisis en el campo mexicano, la migración y la falta de oportunidades para los que se quedaron, el nuevo mercado fue la solución para cientos de pueblos y ciudades. Miles de personas (sobre todo jóvenes), fueron reclutados en todo el país y el fenómeno generó no sólo negocio, sino también cultura y una alta competencia, que fragmenta al país en diversas zonas de ocupación y disputa.
Otra clave la tenemos al observar que a inicio de los años setenta del siglo pasado, bajo el manto de la corrupción, la impunidad, la aplicación discrecional de la justicia, la nula importancia a la seguridad ciudadana, convirtió a cada policía y a cada organismo de seguridad pública en un delincuente en ejercicio. Cada policía mexicano, cada funcionario ministerial, para sobrevivir, tenía y tiene que violar la ley y sujetarse a los códigos de la mafia. Separar a las policías de la sociedad y utilizarlas para la represión política y social condujo a la corrupción. La clase política durante décadas encontró en la corrupción el filón de oro. Se usaron la ley, los reglamentos y toda norma jurídica para la extorsión; así, la corrupción se hizo estructural.
Vamos más a fondo con lo que señala Marcos Rascón: de los sótanos y separos del Servicio Secreto, de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), de la Brigada Blanca, de la Dirección de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia (DIPD), del Batallón de Radio Patrullas del Estado de México (Barapem), de las policías judiciales y rurales en los estados, de sus secretarías de seguridad pública, procuradurías, Gobernación, ministerios públicos, direcciones de reclusorios, etc., nacieron el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen), la Agencia Federal de Investigación (AFI), la Unidad Especializada contra la Delincuencia Organizada (UEDO), y posteriormente SIEDO, las fiscalías especializadas en Atención de Delitos contra la Salud y la Policía Federal Preventiva (PFP), hasta llegar a la estructura del Ejército mexicano, utilizado como policía.
La cadena de corrupción, ilegalidad, deshonestidad, depravación, descomposición, y demás etcéteras, no se cortó, al contrario, se encumbró. Ahí el régimen priísta incubó el huevo de la serpiente y los participantes en la guerra sucia, utilizando sistemáticamente la tortura, el secuestro y la desaparición, formaron y prepararon a cientos de policías en todo tipo de crímenes.
Al paso del tiempo, los policías, se dan cuenta de que la represión a opositores le da estabilidad al régimen, pero ya no es negocio. Hay que recordar que la forma de cobrar al régimen político por sus eficientes servicios, fue la impunidad. Esto facilitó su transmutación de sólo policías corruptos a protectores y socios de criminales, narcotraficantes, secuestradores y roba autos. Eran parte integral del negocio. Desde Arturo Durazo, pasando por Daniel Arizmendi, el Mochaorejas, hasta Heriberto Lazcano, Rafael Chao López, Sergio Villarreal Barragán, El Grande, o Rafael Aguilar Guajardo, cientos de policías son parte de ambos lados.
A principios de los ochentas, amplían su participación en la organización criminal, llegando incluso a dirigirla. Para lograrlo tenían la llave maestra: la impunidad.
Consejero del Instituto Federal Electoral en Querétaro