Desde hace más de una década, el amplio e independiente movimiento de “Madres buscadoras” ha resignificado el sentido de la conmemoración del 10 de mayo. Junto a la celebración con flores y chocolates, también se levanta la voz de estas madres para exigir justicia por sus hijas e hijos desaparecidos. Su fuerza ética radica en que sus demandas no son individuales, sino colectivas. Buscan a sus hijos e hijas, pero también los de otras madres que han sufrido las mismas violencias.

En la XI Marcha de la Dignidad Nacional, celebrada el pasado 10 de mayo en la Ciudad de México, participaron madres y familiares de personas desaparecidas en Sonora, Coahuila, Tamaulipas, Estado de México, Guerrero, Ciudad de México, Michoacán, así como de El Salvador y Guatemala, para reclamar al Estado mexicano por la inacción de las autoridades en todos los niveles de gobierno para encontrar a las personas desaparecidas.

La acción de las madres buscadoras trastoca el significado tradicional de ser madre situándose en una posición contestataria. No solo realizan el trabajo de búsqueda que el Estado a través de sus instituciones de gobierno debería llevar a cabo en un país en el que se reportan más de 100 mil desaparecidos, según cifras oficiales, sino que permanecen junto al que sufre y actúan ante su dolor.

Frente a la ineptitud e impunidad que atraviesa al Estado mexicano, las madres buscadoras crean relaciones de solidaridad y acompañamiento para encontrar a sus seres queridos y a los de otras familias que viven pérdidas similares.

No hacen distinción entre el dolor propio y el ajeno, lo que las une es responder a la demanda ética ante quien padece esta inenarrable atrocidad. Irrumpen la lógica de un mundo que estigmatiza a sus muertos y familias, que los excluye de la protección del manto de la ley. Transgreden la narrativa gubernamental cada vez que resisten el discurso gubernamental que las arroja a “silenciarse”, a dejar de exigir justicia y conformarse con la respuesta de instituciones que intentan pasar la página a esta máquina de muerte.

Y, es aquí donde toma relevancia la Marcha de la Dignidad Nacional celebrada cada 10 de mayo. Durante 365 días al año y, en especial este día, las madres buscadoras demandan justicia, pero también apelan a la memoria como un ejercicio vivo que politiza la experiencia presente y obliga al Estado a recordar a sus hijas e hijos desaparecidos para impedir que esta barbarie se repita.

Mediante diversos entramados, estas madres revelan que la ética es una relación compasiva, una respuesta al dolor del otro cuya réplica potencia la memoria, toda vez que tiene la capacidad de convertirse en acción para llevar a la práctica una de sus formas que la ligan a la exigencia de justicia. De luchar contra el olvido y la indiferencia de un Estado de derecho que niega lo desemejante al considerarlo inexistente para sus leyes.

La fuerza ética de las madres buscadoras se manifiesta a través de la memoria, responsable de dar voz a las personas desaparecidas, aquellas que de alguna manera fueron puestas al margen de la historia, de la ley y del derecho.

Doctorada en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM y Posdoctorada por la Universidad de Yale

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