Parafraseando a Rodolfo Usigli, quien sentenció que “un país sin teatro, es un país sin verdad”, Diego Luna, en una magistral plática en Harvard, señaló que “un país sin cine, es un país sin espejos”.

¿Qué nos dice el reflejo cuando Sergio Goyri (y muchos otros que no han sido expuestos en los medios) se refiere a Yalitza Aparicio como “pinche india”? ¿Cuando los comensales que lo acompañan guardan silencio o son indiferentes? ¿Cuando hay voces que dicen que Yalitza no es una actriz, sino una intérprete de sí misma?

La respuesta es clara: Estamos llenos de racismo contra nuestra propia mexicanidad. Sin embargo, lo verdaderamente grave de Goyri (y muchos otros) no es lo que dijo; sino su disculpa. Desconocerse a sí mismo como racista. Por supuesto ello no es el estigma de la totalidad de los mexicanos, pero los códigos socio-culturales; se han impregnado de ello.

El punto no es callar lo que uno piensa por el terror a ser linchado. El problema es colocarnos frente al espejo y negar lo que vemos.

En el polifacético sentir de Roma, sin duda sobresale Cleo. Ese personaje ambivalente que pertenece sin pertenecer. Que se encuentra sin estar, como nuestro inconsciente. Que aparece desdibujado y omnipresente. Nuestra necesidad. Culpa y deuda.

Cleo, en un juego de ajedrez, no tiene la opción de elegir ser la pieza de la reina, de la torre, del peón, del alfil, del caballo o del rey. No le toca ningún personaje. Todos ya están ocupados. Por ende le toca ser el tablero mismo. Lo que sostiene el juego. Lo que aguanta el peso de las piezas. Sus caídas.

El espejo de “Roma”, no solo debe ser celebrado -bienvenido- para abrir el debate en todos los frentes (legislativo, educativo, político, judicial, familiar y mediático), de lo que somos y de lo que desconocemos que somos. De los derechos olvidados para las servidoras domésticos. De la deuda histórica que cargamos. De la reflexion sobre nuestra identidad. De la justicia que se reclama y que se merece. Pero sobre todo es relevante, para inducir una terapia colectiva, que refleje nuestras heridas, complejos, y terribles daños autoinflingidos como sociedad.

“Roma” es una cinta extraordinaria desde todos los flancos. Sin embargo, su verdadero poder, relevancia y trascendencia se catalizó a partir del terremoto de conciencias que generó y los impulsos que desató. Esto era lo que México necesitaba ver... para exorcizar los demonios que cargamos y, de una vez por todas, deshacernos de ellos.

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