El presidente de la república, convertido en el jefe de campaña de Claudia Sheinbaum, ha propuesto un paquete de reformas constitucionales dentro de su estrategia populista y autoritaria con miras a seguir influyendo en las próximas elecciones.

Luego de los reveses que ha recibido por parte del Poder Judicial, las limitaciones que ha encontrado en el Poder Legislativo y los variados errores técnicos y legales de sus seguidores, el defensor de un presidencialismo todopoderoso ha dado otro paso en esta dirección.

Pero, independientemente de que resulta necesario un análisis puntual de las nuevas propuestas –que significan un peligroso retroceso democrático- y que enfrentan ya serias resistencias por el bloque opositor –pues Morena y sus aliados no cuenta con los suficientes votos-, conviene desenmascarar esta maniobra presidencial.

No es el primer populista que tiene poco aprecio por la legalidad y las exigencias democráticas, en América Latina se han padecido otros que perpetraron enmiendas constitucionales con la intención de quitar límites a sus ambiciones. Y, claro, lo hicieron con el mismo guión: en nombre del bien del pueblo (sin otro interés, dijeron); para acabar con injusticias y privilegios; para atacar males que vienen del pasado; y lo hacen porque ellos –que se asumen como los buenos de su película- y sólo ellos, podrían hacerlo. Y, claro, como un acto de generosidad (ya no se pertenecen) que les dará un lugar en la historia. Todo esto, por supuesto, desde una falsa superioridad moral.

Ahora bien, más allá del contenido y la viabilidad de los cambios propuestos, se trata de: 1) poner la agenda pública a los actores políticos; 2) una triquiñuela electorera para ganar tiempo y evitar el crecimiento de Xóchitl Gálvez y opositores; 3) distraer a la opinión pública de los grandes problemas nacionales irresueltos por el gobierno lopezobradorista (seguridad, salud, educación, migración, etc.); 4) lanzar cortinas de humo sobre promesas presidenciales incumplidas; 5) evitar la realidad de ingobernabilidad, violencia e ineficiencia de gobiernos morenistas (Guerrero, Morelos, Michoacán, Veracruz, Chiapas, Zacatecas, Tabasco, etc.); y 6) vender, entre comillas, un manifiesto de buenas intenciones —muchas de estas irrealizables— del presidente que ya se va, pero que le enmarcan la agenda a Sheinbaum quien ha declarado que la 4T abrirá otro ciclo luego de AMLO, donde “el humanismo mexicano será el eje”. Sí, el revoltijo ideológico y demagógico de su mentor al que consideran obligatorio camino de salvación.

Por todo lo anterior, pretenden, ahora sí, un debate nacional para que los mexicanos pensemos exclusivamente en lo que ellos quieren, y no en las tragedias nacionales y los fracasos gubernamentales.

La oposición debe encuadrar esta maniobra oficialista calculada, y no perder demasiado tiempo sino avanzar en su estrategia, si de verdad quiere contar con posibilidades de triunfo.

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