Quedan exactamente 11 semanas para que se celebren las votaciones más grandes en la historia de México, comicios que definirán muchos cargos públicos. Sin embargo, permanece la incertidumbre de si eso le será suficiente a la población mexicana para ir a las urnas. ¿Qué se necesita para votar?

En la gran mayoría de los países del globo se presentan elecciones a raíz del sistema democrático que siguen. No obstante, existen diferentes reglas en cada uno de ellos con respecto a la votación. Por ejemplo, en Argentina, Australia y Bélgica el voto es obligatorio, por lo que habría repercusiones para quien decide no votar en comicios. En cambio, en México el voto supuestamente es obligatorio, pero no hay ninguna respuesta punible para quien opta por no salir a las urnas.

Esa condición en México, en parte, ha conducido a que la participación ciudadana en las elecciones, en general, no sea tan elevada. Todo depende de la entidad federativa a la que nos refiramos, pero de manera usual la votación en los comicios para las gubernaturas, diputaciones y demás cargos locales suele ser baja, rondando entre el 50% y 55% del padrón electoral. Eso significa que prácticamente la mitad de los ciudadanos terminan decidiendo el curso del gobierno del estado en juego.

Para las elecciones por el Poder Ejecutivo la situación cambia. Hay una mayor participación de la ciudadanía en este tipo de comicios, quizá por la intriga y emoción de participar en la decisión en torno a quién ostentará la Presidencia de México. Sin embargo, a pesar de que más mexicanos salen a votar, el porcentaje no es tan elevado como se esperaría. En las últimas cuatro elecciones presidenciales, el porcentaje de participación no ha superado el 63% del padrón electoral —incluso una cayó al 58%—, lo que significa que menos de dos tercios de los ciudadanos terminan decidiendo el rumbo del país.

Entonces, la pregunta que surge es: ¿por qué no votamos? Puede haber muchas respuestas, claramente, como puede ser el desinterés en la política, la desconfianza hacia políticos y partidos, la suposición de que una candidatura, pase lo que pase, va a ganar, por lo que salir a votar no implicaría ningún cambio en el resultado posible, entre otras. No obstante, quizá la interrogante que nos debemos plantear sea otra. En vez de preocuparnos por qué no, la pregunta debe ser ¿qué nos haría salir a votar?

En el 2000, la esperanza de una transición democrática hacia otro partido tras décadas de dominio priista fue quizá el motivo más importante para salir a votar. En 2006 fue muy probablemente la intención de dar continuidad al proyecto panista. Para 2012, en contraste, fue el visto bueno de la población para el regreso del PRI, pero en 2018 fue justamente el hartazgo, decepción e indignación por la corrupción, la impunidad, los despilfarros y los escándalos lo que impulsó al electorado a ir a las urnas para emitir su voto.

Por ende, es ineludible encontrar un motivo para votar, y por ello vale mucho la pena preguntarnos ¿qué nos molesta? ¿Nos molesta el comportamiento de la economía?, ¿la corrupción existente?, ¿o es el nepotismo?, ¿la violación de las leyes y derechos humanos?, ¿o la inseguridad progresiva en el país? Eso que nos duela, eso que queramos cambiar, eso que nos indigna de la actualidad será el móvil que tendremos para salir a las urnas el 2 de junio y reconstruir el futuro.

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