Por José Antonio Quesada Palacios y Manuel Flores de Orta

En las últimas décadas, la importancia de la sostenibilidad de los negocios ha crecido de manera significativa. La mayoría de las empresas saben que su éxito se mantiene gracias al apoyo de los factores económicos, sociales y ecológicos de sus operaciones. A medida que nuestro entorno físico se vuelve más impredecible, dada nuestra economía global interconectada, las condiciones sociales se ven alteradas y la innovación tecnológica transforma la naturaleza de consumo y producción.

La definición de innovación tiene un espectro de variación amplio según la época y el área de estudio. Uno de los conceptos más aceptados en el campo económico es el de J.A Schumpeter, destacado economista austro-estadounidense, quien afirmó que la innovación tecnológica desplaza las viejas tecnologías y propicia la “destrucción creativa”. Es decir, la innovación consiste en la ruptura con la tradición.

Schumpeter identificó cinco tipos de innovaciones: producto o servicio (nuevas y diferentes aplicaciones o la creación de un nuevo producto con el fin de satisfacer las necesidades del mercado); mercado (hacer más atractivo un producto para los consumidores); materia prima (fabricar un producto según su funcionalidad en diferentes materiales, mejorando su rendimiento o costo); procesos productivos (optimización o creación de nuevos procesos productivos que permitan diferenciar el producto); y tecnología, para clasificar las innovaciones en básicas, claves y emergentes; la primeras son ampliamente conocidas y las segundas se encuentran en desarrollo y pocos pueden acceder a ellas.

En la Ponencia IMEF 2015, máxima investigación anual del instituto, se abordó el tema de La innovación a partir de la historia, modelos y financiamiento, de este último se distinguieron dos tipos: interno y externo. El interno proviene de los recursos propios de la organización y sus integrantes, mientras que el externo puede ser público o privado. Dentro de los fondos privados se encuentran aquellos que se dan en mercados formales de intermediación financiera y fuera de estos; el financiamiento público es otorgado por el gobierno a través de apoyos directos, deducciones fiscales y créditos, entre otros.

En México, el financiamiento externo privado no es el más utilizado ni el más efectivo para financiar la innovación, pero se encuentra en desarrollo. Cada vez se escucha más hablar de capital ángel y capital de riesgo/venture capital.

El capital ángel está conformado por individuos con un gran patrimonio que deciden ayudar a una empresa innovadora, proporcionando financiamiento y asesoría para la elaboración y desarrollo del proyecto, a cambio de una participación accionaria. Seleccionan proyectos emprendedores en etapa inicial, donde el acceso al financiamiento es difícil y asumen altos riesgos, razón por la cual buscan proyectos cuyo retorno de la inversión sea elevado. Estos inversionistas no sólo participan con capital, también lo hacen en el manejo y desarrollo de la empresa, buscando alinear sus objetivos y los de los emprendedores. Cuando la empresa logra posicionar su innovación, los inversionistas salen del proyecto y dejan que los emprendedores se hagan cargo de la compañía.

El capital de riesgo brinda fondos y asistencia gerencial para proyectos de inversión con alto riesgo e incertidumbre, pero que a su vez ofrecen posibles tasas elevadas de rendimiento. Son proporcionados generalmente a empresas jóvenes, de alto riesgo y de alta tecnología. Se invierte en numerosos proyectos, bajo la lógica de que los exitosos puedan reparar la pérdida de los que fracasan.

El resultado del esfuerzo de México por incentivar la innovación, le ha valido situarse como el país número 66 en innovación entre los 143 países evaluados por el Índice Global del Innovación (2014) del World Intellectual Property Organization.

Asimismo, según las últimas cifras registradas en 2012 por el Conacyt, el Gasto Interno en Investigación y Desarrollo experimental (GIDE) en México fue de 66 mil 720 millones MXN (0.43% del PIB), y ha conducido a un incremento en el número de patentes solicitadas, ya que éstas aumentaron de 13 mil 062 en 2002 a 15 mil 314 en 2012.

Bajo este contexto, en el IMEF estamos convencidos de que el impulso a la innovación es una tarea que no se puede postergar, de ahí nuestro interés en difundir estos temas, pero sobre todo apoyarlos. La Ponencia IMEF 2015, documento que profundiza en la materia, se puede descargar de www.imef.org.mx

Presidente de la Fundación de Investigación IMEF y coautor. E-mails: jose.antonio.quesada@mx.pwc.com y manuel.flores.de.orta@mx.pwc.com

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