Cuando estaba por concluir la universidad, Patsy Ordoñez se topó con un suceso que transformó sus planes de carrera: su papá enfermó gravemente, por no recibir un riñón para trasplante. La familia salió adelante, pero el hecho marcó a la estudiante, quien se convirtió en promotora de donación de órganos; pero no de la clase que hace esta actividad en su tiempo libre, sino la que se aferra a crear una fundación.

Aprovechó los contactos realizados en sus clases de voluntariado para definir a qué tema dedicar su tiempo y energía. Tras observar que la segunda causa de fallecimiento en México para mujeres es el cáncer cervicouterino, creó una Fundación Nacional que se orienta a la prevención de este padecimiento, proyecto por el cual recibió el galardón Pyme a Mejor Empresa Incubada de Mujer Emprendedora.

“Cuando empecé como voluntaria, la gente me decía, ¿por qué haces esto?, no vas a vivir de una fundación”, relata la emprendedora. Eso no la detuvo, tampoco es un tema que quite el sueño a 3 de cada 10 jóvenes que, tras conocer las necesidades de comunidades menos favorecidas, inician un proyecto de negocio para ayudar a resolverlas, según una encuesta sobre emprendimiento social de la Universidad del Valle de México.

“Es claro que las autoridades no tienen la capacidad de solucionar ciertas problemáticas y, como sociedad, necesitamos nuevos marcos de acción y transparencia. Esto es lo que ofrecen quienes asumen la tarea de crear una empresa que aborda ciertas necesidades, atacando los problemas de raíz”, explica Armando Laborde, director de la red de emprendedores sociales Ashoka para México y Centroamérica.

Los problemas sociales, económicos y ambientales del país son el “detonante” de estos proyectos.

Por ejemplo, en México se generan al año más de 80 mil casas en áreas irregulares, por falta de acceso a vivienda formal, según datos de la Secretaría de Desarrollo Social. Además, 32 millones de personas mayores de 15 años están en condiciones de rezago educativo, y 10 millones de mexicanos carecen de servicios médicos, de acuerdo con cifras de la Secretaría de Salud.

Medio ambiente, derechos humanos, participación ciudadana, desarrollo económico y educación son los temas donde se concentran los emprendimientos sociales en México.

Laborde reconoce que además de necesarios, estos emprendedores demuestran que tienen las herramientas para fortalecerse en el país, tal cual lo hace un empresario ‘convencional’.

El 94% de los emprendimientos sociales sigue en pie tras cinco años de operación, en cambio, más de 70% de los negocios que surgen con un modelo de rentabilidad cierra dos años después de su lanzamiento.

Luego de esos cinco años de trabajo, 54% de las empresas sociales ha logrado impactar en políticas públicas, en 10 años lo ha hecho 70%. Quizá no inician con muchos recursos, eso no los intimida, su tolerancia al riesgo es superior y actúan sin frenarse por limitantes económicas, pues no dependen de aportaciones de terceros, generan los propios, dice Sandra Herrera López, directora del Premio UVM (Universidad del Valle de México) a proyectos sociales.

“La perdurabilidad de estos negocios se da por que no dependen exclusivamente de lo monetario, de ahí que el emprendimiento social predomina en jóvenes, que están en una etapa donde tienen mayor nivel de arriesgue, crecen en el proyecto y lo convierten en su vida”, explica la académica.

¿De qué están hechos?

En una carrera de resistencia, el emprendedor social destacaría por su tolerancia. Sabe que para ver resultados en una causa social pasan más de tres años, un empresario tradicional requiere resultados económicos en ese periodo. La primera cualidad en el ADN de esos emprendedores es su nivel de perseverancia y compromiso, comenta Laborde.

Una diferencia notable entre emprendedores sociales y tradicionales es cómo desarrollan el proceso de innovación. Los primeros crean una gran estructura para movilizar recursos y personas bajo una misión, y atacan una necesidad desde sus orígenes. El negocio “tradicional” no se va a las raíces, se enfoca en las consecuencias del problema, dice Herrera López.

El emprendimiento privado es individual, el social es colectivo: el 63% de los emprendedores sociales tiene como fuente de reclutamiento a amigos y familiares. Más allá de quienes se sumen a la causa, al iniciar estos proyectos tienen más flexibilidad, porque deben redefinir su propuesta según las sugerencias del entorno, agrega Herrera López.

Con su acción, estos emprendedores, quizá, deben asumir un riesgo personal y político, frente al económico que vive un empresario convencional, revela un estudio del Centro de Iniciativas Emprendedoras, de la Universidad Autónoma de Madrid.

Otra diferencia radica en que el emprendedor social mide el retorno de su trabajo en el número de personas que se beneficiaron con su actividad. Sabe que es un agente de cambio y necesita incidir con su acción para detonar transformaciones. Esto, sin embargo, no implica estar cerrado a opciones para percibir un ingreso, existen negocios con una función social que tienen esquema de rentabilidad sin causar conflictos de intereses, y este esquema va creciendo en México, puntualiza Armando Laborde.

Los inversionistas tradicionales no están dispuestos a asumir el riesgo de aportar su dinero en estos proyectos. Pero existen fondos que ya lo hacen. Es el caso de Ignia, (www.ignia.com.mx), Adobe Capital (www.adobecapital.org), Venture Capital e Iniciativa México.

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