Durante cinco años Juan Manuel Ley estuvo a cargo de sus propios hermanos. Su padre, Juan Ley Fong, estaba viajando por el país para abrir un nuevo negocio. Cuando finalmente decidió ir a Culiacán a manejar una tienda de abarrotes ya no veía a Juan Manuel, su primogénito, como solo un hijo. La relación se volvió de cómplices, socios.
El Chino Ley, el apodo que heredó de su propio padre, gusta de las relaciones de largo plazo. Tanto en los negocios como en el beisbol, intenta que las cosas perduren.
Así que lo nuevo que tiene espera tenerlo por mucho tiempo.
Nuevo estadio en Culiacán, nuevo campeonato y nuevo puesto en la tabla de los supermercados en México, Juan Manuel Ley no piensa parar… ni vender. Ni el equipo de beisbol Tomateros de Culiacán ni la cadena de supermercados Casa Ley.
Cerrará este año con 210 puntos de venta, a cuatro tiendas de la tercera en el país, Chedraui. No ha requerido salir a bolsa para seguir su crecimiento y expansión. Aunque 49% de la empresa es de Albertson’s (la cadena de tiendas que recientemente compró a Safeway) no piensa deshacerse de ella. “Al contrario, espero que los nuevos me ofrezcan de regreso ese 49% de acciones”.
Esa misma actitud tiene con su otra pasión: el beisbol. “Tenemos cifras líderes en materia de asistencia a nuestro estadio, además de contar con el que sentimos que es el mejor plan de mercadeo en materia publicitaria y de captación de patrocinadores”.
Muchos sinaloenses son aficionados al “juego de pelota” porque nacieron en este estado, y Sinaloa es pelotero debido a El Chino Ley. Como buen shortstop, está listo para recibir los nuevos retos como vengan.
Padre e hijo. Cuando El Chino Ley habla de su padre, su rostro no se ve nostálgico, sino como quien recuerda a alguien aún entre nosotros. Se refiere a él como al maestro que les enseñó a todos sus hijos el valor del trabajo y la constancia.
Cuando estaba la persecución contra los chinos “fue la cosa más horrorosa: mataron, desterraron, unos se fueron a Mexicali, a Estados Unidos, a Torreón. Mi mamá supo del pueblo de Tlayoltita, así que mi padre fue el único chino que había ahí”. El rechazo racial que se tenía por los asiáticos en el noroeste llegó a ser ley.
Pero en la sierra hay otras normas de convivencia. Allí, en el pequeño pueblo cercano a minas de Tlayoltita, Durango, nacieron los hijos, comenzando por Juan Manuel Ley López.
“Ahí, en los límites de Durango y Sinaloa, arriba del río Piaxtla. Entonces solo se entraba en un avión trimotor que volaba tres veces a la semana desde Mazatlán. O en camión, de la San Luis Mining Company, con llantonas”. Cerca de aserraderos y minas, a los 10 años ya comenzaba una de sus aficiones: el beisbol.
Mientras su padre compraba los residuos de metales para crear lingotes, el joven Juan Manuel practicaba “el juego de pelota”.
Eso sí, desde temprano en la madrugada tenía que levantarse para ayudar en una pequeña tienda que administraban.
“Nos levantaba desde muy temprano para trabajar”. La cultura del esfuerzo estaba presente en su enseñanza.
En 1948 se enfermó de los ojos. Ya había hecho una pequeña fortuna y le preguntó a quien administraba su oficina en Mazatlán dónde vendía los metales:
—¿Cómo estamos? Me quiero ir a curar a México y necesito dinero.
—Todo está en regla. Tú lo que tienes, la mayor parte se lo debes a este banco.
El Chino Ley, el grande, enfurecido fue a ver cómo arreglar las cosas. Se dio cuenta de que ese encargado del negocio lo estaba administrando para él mismo. Perdió todo. “Se salió para pelear. Duró cinco años el pleito. Yo me quedé dándoles de comer con una tiendita que teníamos a mis hermanos. Tenía 21 años.
“En eso recibí una carta de un mestizo que era un amigo de mi papá, Antonio Meda: ‘En Culiacán tengo una sucursal de un negocio, quiero vendértelo’”. Se trataba de una tienda de abarrotes en la calle Rubí, en el centro de Culiacán, el punto adonde llegaba (aún lo hace) la gente desde las rancherías de la sierra para surtirse de productos que no encontraban adentrados entre los pinos.
“Le puse un telegrama a mi papá, se viene hecho la mocha. Le pedimos a Héctor Escutia, director del Banco Occidental de México, 180 mil pesos y compramos la bodega de este amigo de mi papá”.
En el lugar más concurrido de Culiacán, Casa Ley era de los pocos que vendían mayoreo y menudeo. Arroz, frijol, maíz, azúcar, fruta, verdura, sal, sopas y especias. Los hermanos, que desde temprano iban al mercado para surtir la tienda, atendían detrás de un mostrador.
Tomateros. “En Casa Ley desde que llegamos a Culiacán tuvimos equipos”. De 1957 a 1961 competían contra Armenta Hermanos, otros impulsadores del deporte en la ciudad. En ese momento solo existía la Liga del Noroeste, que llegaba hasta Acaponeta, en el estado de Nayarit.
Entraron representando a Culiacán y también entró Mazatlán. En 1965 ingresaron a la liga de Sonora. “Terminamos en último lugar”. Me lo dice aún con cierto coraje. Pero al siguiente año, 1966, después de comprar un equipo nuevo, ganaron el campeonato.
En ese momento ya tenían una manera de financiar el hobby de ambos, padre e hijo. “Eso no es negocio, es una locura. Pero cuando tienes pasión es lo que haces”. Se refiere al beisbol.
A la muerte de Juan Ley Fong, en 1969, el equipo había quedado campeón tres años consecutivos. Para entonces ya era reconocido el nombre de Tomateros y el campeón de la liga ya competía en la Serie del Caribe, representando a México. Las temporadas, que coinciden con los descansos de las Grandes Ligas en Estados Unidos, facilita que vengan a jugar peloteros de aquella liga.
“Esto ha costado mucho esfuerzo. Somos los únicos dueños que tienen 50 años con el mismo equipo”. Quizá solo le siguen los Mansur, dueños de los Diablos Rojos, junto con Alfredo Harp Helú.
El año del cambio. A la muerte de su padre, Juan Manuel heredó mucho más que el sobrenombre. Buscó su propio camino para los negocios y con el apoyo de sus hermanos crearon Grupo Ley e implementó la tecnología necesaria para llevar el negocio a otro nivel. Los Zaragoza, empresarios de supermercados y mueblerías en la región, ya tenían el sistema de autoservicio. “No me gusta; se van a robar muchas cosas”, se resistía Juan Ley Fong. Pero “le di rienda suelta a mis inquietudes” una vez que tomó el control de Casa Ley.
Lo mismo hizo con el deporte que para entonces ya era insignia en el estado. Se dispuso a hacerlo rentable. El Ángel Flores, el estadio del municipio, casa de los Tomateros, lo había construido el gobierno de la ciudad desde el año en que los Ley habían llegado a Culiacán.
Con sus limitantes, invirtió con más gradas y espacios publicitarios. ¿Los clientes? La mayoría proveedores de los supermercados. Su habilidad para negociar también la usaba ahora para el beisbol.
Hoy, en medio de la controversia por la inversión en el nuevo estadio de Culiacán (que aún es propiedad del municipio), está terminando el recinto con la pantalla más grande de Latinoamérica, creciendo la capacidad de asistentes y con palcos privados con aire acondicionado.
“Oficialmente, el equipo de beisbol es operado por nuestro club desde 1965. Paulatinamente, y gracias a estrategias diversas, hemos podido ubicar al club sobre el punto de equilibrio y hacerlo un negocio rentable”. La gente lo sabe. Los Tomateros tendrán una nueva casa, aunque su hogar siempre será Casa Ley.
*** La tarea de El Chino Ley la ha hecho en conjunto con su padre. No se entiende a uno sin el otro. “Mi papá nos dejó el legado: amor por el trabajo. Eso nos formó sin vicios. El único vicio es el trabajo”.
A sus 82 años, sigue al frente de Grupo Ley y no piensa retirarse del todo.
—¿Se arrepiente de algo?
—Si volviera a nacer volvería a hacer lo mismo que hice.
No gusta de encabezar grupos empresariales o cámaras, pero tiene un asiento como consejero externo de Gruma, la productora de harina y tortillas de maíz.