Tu celular suena fuera de horas de oficina, sueles estar frente a la computadora durante horas, contestas correos en cualquier momento. Vaya, estás todo el tiempo disponible. No despegarse del trabajo le ha llamado workaholism y se le ha catalogado como una adicción al trabajo.

El término workaholism fue acuñado inicialmente por un profesor de religión llamado Wayne Oates a principio de la década de los setenta como “la necesidad incontrolable de trabajar incesantemente”. Fue él mismo el que incluso la relacionó con una adicción similar al alcoholismo.

Bajo esta perspectiva, Rodrigo Peniche, profesor de tiempo completo de la Facultad de Psicología de la UNAM, explica que esta forma de trabajar “interfiere significativamente con los demás aspectos de la vida: salud, familia, pareja del individuo”; sin embargo, el individuo permanece trabajando debido a que “es el único aspecto de la vida en el que se siente tranquilo”.

“Un adicto al trabajo es alguien que no sabe trabajar en equipo, así como el cocainómano se rodea de gente que tiene cocaína, un adicto al trabajo es capaz de generar una serie de procedimientos para que se le complique la vida y esté metido en el trabajo. Un adicto en el trabajo no es más productivo, no pueden trabajar en equipo y no pueden delegar”, explica el especialista.

Según esta perspectiva, estas personas imponen controles a sus compañeros, son incapaces de desligarse del trabajo, tienen fallas en el autocuidado, comen en su lugar de trabajo, no salen de vacaciones, llevan una vida sedentaria y están siempre estresados.

“Estos hombres y mujeres se vivieron responsables de la manutención o de la aportación de dinero a sus padres, estos chicos ante la disfuncionalidad se volvieron el apoyo de sus padres o madres. La mecánica es así: ‘porque mi pobre padre o madre tiene muchas penurias, entonces a mí me toca apoyar’”, asegura el especialista sobre el perfil psicológico de estos individuos.

Giro de 180 grados

Pero el “trabajolismo”, como también se ha traducido, no sólo trae tragedias y problemas, al menos no desde otra vena de su estudio. La delgada línea que separa a los estudios que hablan bien del fenómeno de aquellos que hablan mal es el “compromiso” del trabajador hacia su propia labor.

Hay quienes aseguran que hay una “buena” adicción al trabajo que hace que los trabajadores sean más productivos, generada por el compromiso.

El estudio Research Companion to Working Time and Work Addiction hace precisamente una revisión de la literatura sobre el tema y puntualiza que en realidad, más que existir una adicción “buena” y una “mala”, en el caso de la primera existe un compromiso con el trabajo y en el de la segunda propiamente hay una adicción.

Es decir, no es cuánto trabajes sino cuánto disfrutas haciéndolo.

Tomas Chamorro-Premuzic, profesor de psicología de los negocios en la University College London, asegura en la Harvard Business Review que todos los estudios que se han enfocado en los efectos dañinos de la adicción al trabajo fallan al no tomar en cuenta las creencias y emociones que tiene el colaborador acerca del trabajo. Es decir que cuando odias tu trabajo, registrarás cualquier carga como excesiva, independientemente de la cantidad y el que odies tu labor no quedará registrado.

“El sobretrabajo sólo es posible si no te estás divirtiendo en el trabajo. De la misma manera, cualquier carga de trabajo será extenuante si no estás comprometido y si encuentras tu trabajo no satisfactorio”, explica.

Óscar Galicia, jefe del laboratorio de neurociencias de la conducta de la Universidad Iberoamericana coincide en que los trabajadores motivados son más productivos y comprometidos que aquellos a los que “les pagas por algo que no quieren hacer”.

Contrario a las teorías anteriores, Chamorro-Premuzic asegura que el trabajo duro es la más importante “arma de carrera”. Es decir, que trabajar duro te distinguirá de los demás.

“Los adictos al trabajo tienden a tener un estatus social alto en cada sociedad. Cada logro de la civilización, desde el deporte hasta la ciencia, es el resultado del trabajo de la gente que trabajó más que el resto”, asegura.

En este sentido, pone el ejemplo de la encuesta de Ipsos, la cual demuestra que los 10 países con más adicción al trabajo concentran los volúmenes más altos de PIB en el mundo.

Reconocidos profesores de negocios se inclinan por la visión de que el trabajo, aunque sea excesivo si se hace con compromiso no genera malestares y aseguran que más que balance vida-trabajo, se deben poner límites.

Al respecto Ed Batista, un coach ejecutivo e instructor de la Stanford Graduate School of Business, asegura que los límites mantienen las cosas en su lugar y que facilitan la interacción sana en nuestras vidas.

Los límites tienen que ser tanto temporales —es decir, dedicar tiempo exclusivo a la familia, amigos, ejercicio y otras labores— como físicos entre la casa y la oficina y los dispositivos electrónicos y cognitivos. Esto último se refiere a invertir un esfuerzo en mantener la atención en la tarea asignada y no en otras cosas.

El caso japonés

Se le conoce como “karoshi” a la muerte por trabajo excesivo y fue identificado primero en Japón en donde se convirtió en un problema social. Luego fue adoptado de manera internacional, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

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