Durante casi treinta años México ha implementado una frenética política de apertura comercial. Evidentemente que la entrada al GATT, hoy Organización Mundial del Comercio (OMC), y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) son los dos que más han incidido sobre la economía mexicana.
Además de los ya citados, México tiene acuerdos y tratados con casi todas las economías y regiones más importantes del mundo, siendo Japón y la Unión Europea los más relevantes. Un caso excepcional es China, nación con la que se tiene un déficit creciente pero con la cual no se tiene un acercamiento formal a través de un tratado bilateral. El déficit de 55 mil millones de dólares que se contabilizó durante el 2013 debería ser argumento suficiente para buscar un acuerdo que permitiera un mayor acceso de las exportaciones mexicanas al país asiático, la segunda economía mundial.
Si se suma el tamaño del PIB de los países con los que México tiene arreglos comerciales sin ningún problema se puede considerar que supera el 55% del total mundial, y entonces ¿Por qué México no crece?
A veinte años del TLCAN y a casi treinta de la entrada a la OMC, el problema sigue siendo el mismo, la falta de una base industrial y de servicios productivos y competitivos.
Claro nos ha costado pensar que la “mejor política industrial es no tener política industrial”. Se puede afirmar que la apertura comercial es un hecho global, no se puede estar fuera de ella, sin embargo también es innegable que para obtener resultados se debe tener claridad de objetivos y una política económica integral para generar cadenas productivas capaces de competir con las empresas trasnacionales que dominan el comercio internacional. México tiene una apertura comercial sin tener empresas suficientes para competir en el mundo. Menos de 800 empresas manufactureras exportan el 75% de total de productos generados en este sector.
El problema es que las pequeñas y medianas empresas no tienen la capacidad financiera y de innovación para competir globalmente. Para desarrollar dichas aptitudes se necesita tiempo y la generación de capital humano e infraestructura que transforme lo que en 30 años no ha funcionado. La cuestión es que ello no ocurrirá firmando más tratados.
Las promesas incumplidas del TLCAN son el mejor ejemplo. No se generó crecimiento económico, empleo suficiente, ni aumento de productividad y competitividad.
Tampoco existió la transferencia de tecnología esperada, ni se elevó la capacidad logística de México. La infraestructura de transporte, en todas sus modalidades enfrenta un severo atraso global. Las colas para pasar las aduanas son un cuello de botella que muestra la necesidad de modernizar la administración pública.
Tampoco llegó la inversión extranjera directa prometida, desde 1994 llegaron 383 mil millones de dólares a México por dicho concepto, a China más de 360 mil millones en solo 3 años.
Se cita que las exportaciones mexicanas crecieron con el TLCAN, sin embargo ello solo es la muestra de lo que ocurrió en todo el mundo: en 1990 México tenía el 1.2% de las exportaciones globales, en 2011 alcanzó el 1.9%.
En su punto máximo nunca sobrepasó el 3%. En el mismo periodo China fue del 2.1% al 11.2%.
Con la próxima entrada del Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica (TPP) se abre el debate sobre los beneficios que puede alcanzar. En realidad ya tenemos acuerdos comerciales con la parte económicamente más relevante del TPP, ¿Por qué habría de obtenerse un mejor resultado hasta el hoy alcanzado? Sin mejorar la capacidad productiva de las empresas en poco se podrá avanzar. México debe entrar con una visión estratégica de futuro distinta, con un programa de desarrollo industrial, sectorial y regional bien elaborado, de lo contrario en 20 años estaremos evaluando por qué el TPP no dio los resultados prometidos, como hoy ocurre con el TLCAN.
Director del Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico