La economía mexicana tiene su principal fuente de crecimiento en el sector privado: de acuerdo con el Inegi genera 80% del valor agregado. La misma fuente arroja datos reveladores, durante el sexenio pasado el valor agregado promedio creado por el sector público tuvo un crecimiento promedio anual de cero. El gasto público no agregó riqueza a la economía.
Si bien el gobierno central tuvo un mejor desempeño no puede soslayarse que las empresas públicas, particularmente las vinculadas con el sector energético exhibieron variaciones negativas, es decir, su impacto sobre la economía fue adverso.
La razón no fue la falta de recursos, en realidad existió un aumento sistemático del gasto, tanto corriente como de capital. Como ya hemos mencionado el problema radica en su eficacia, el resultado que obtiene no es suficiente para revertir los desequilibrios que existen en la economía.
Por tanto, el dinamismo productivo de México se encuentra en el sector privado, particularmente en las grandes empresas. De acuerdo a cifras del Inegi, 1,127 unidades económicas generan más de 45% del valor agregado total. La razón se encuentra en que son altamente productivas, utilizan tecnología, invierten en capacitación y por ello pueden obtener recursos financieros que les dan una ganancia. Por otro lado se encuentran 2.4 millones de unidades económicas que solamente alcanzan a crear riqueza para pagar 2% de las remuneraciones totales del país.
Evidentemente que ello implica problemas en la distribución de la riqueza, pero ello surge por la capacidad productiva diferenciada que existe en México.
Solventar lo anterior no se logrará mediante esquemas fiscales aplicados a las empresas más grandes, en realidad solo se alcanzará un equilibrio sostenible logrando mejores condiciones para las pequeñas y medianas empresas.
Volver una realidad el incremento de la productividad es un camino, ello permite generar riqueza y distribuirla mediante mejores salarios. Elevar la eficacia depende de tener maquinaria y equipo, de fomentar la construcción, la capacitación y de elevar la educación.
En todo ello, el sector privado es un eslabón estratégico, tiene representación nacional, genera el empleo y la mayor parte de la inversión (76%).
Las reformas aprobadas y las que estás por discutirse, como la energética, deben alinearse con el objetivo de aumentar la productividad y el bienestar de la población. Para ello se requiere que estén vinculadas con sectores y regiones específicas, es decir, que tengan una consecuencia positiva.
Para ello es prioritario que se elija a los motores productivos que se encargarán de impulsar a la economía nacional, aquellos que tengan mayor posibilidad de propiciar encadenamientos favorables para las empresas radicadas en México, de todos tamaños.
En la actualidad el sector industrial es uno de los que tiene las mejores condiciones para volverse el puntal del desarrollo. Su alta capacidad innovadora y probada competitividad internacional constituyen una fortaleza relevante. Las manufacturas son parte fundamental de ello, tanto las avocadas a la exportación como las que se dirigen al mercado interno.
Actualmente países desarrollados como Estados Unidos, Canadá y Alemania están en un proceso de reindustrialización, justamente por las bondades que ello tiene para su economía y sociedad. Han aprendido que no se puede enviar toda su manufactura a terceras naciones. Corea del Sur y China son un ejemplo de cómo se implementa un programa de desarrollo basado en la industria. Todos ellos lo han ligado a la alta tecnología, por eso han alcanzado diferenciales que los posicionan en un primer plano a nivel global.
México debe reconocer a sus principales fuentes de crecimiento, con información objetiva. A partir de ello construir nuevos caminos rumbo al desarrollo, aquellos en donde la colaboración del sector público y privado permita obtener mayores beneficios sociales.
*Director del Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico