Se han hecho millonarios, han comenzado nuevo negocios, han invertido en otras startups o, incluso, han creado escuelas para aprender a hacer productos como los que ellos fundaron, pero ahora quieren darle al botón de pausa y repensar el impacto de sus acciones a través del Centro para Humanizar la Tecnología, creado por diversidad de perfiles, entre los que se encuentran algunos de los primeros empleados de Google y Facebook.
En el manifiesto fundacional los empleados consideran que no se trata de un hecho puntual, sino de una alerta social: "Lo que percibimos como una adicción es parte de algo mucho más grande. Es parte de un problema invisible que afecta a toda la sociedad. Facebook, Twitter, Instagram y Google han creado productos que han tenido un impacto positivo en todo el mundo. Pero estas empresas también han creado un carrera de suma cero por nuestra atención infinita.
Lo necesitan para hacer dinero, forzados a rendir más que su competencia, usan técnicas de persuasión para mantenernos pegados. Como los news feeds creados con inteligencia artificial, las notificaciones y más comportamientos para potenciar este uso".
Incluso desmenuzan las técnicas de algunos de los servicios más populares: "Snapchat convierte nuestras conversaciones en rayitas. Los niños ahora miden así su amistad.
Instagram glorifica la vida perfecta, erosionando la autoestima.
Facebook nos segrega entre cámaras de eco, fragmentando comunidades.
YouTube emite automáticamente un video tras otro, incluso si comes o duermes. No son productos neutrales. Están diseñados para crear adicción".
Este movimiento se une a las declaraciones recientes de Tim Cook, consejero delegado de Apple, que prefería que su sobrino se mantuviese lejos de las redes sociales. O del arrepentimiento de Chamath Palihapitiya por su implicación en los mecanismos de Facebook para enganchar a la audiencia.
Ya prepararon su primer acto público en la capital, en Washington D.C., con un título claro: "La verdad sobre la tecnología: Cómo consigue tener a los niños enganchados". Será cuando lancen una campaña titulada "La verdad sobre la tecnología" que cuenta con siete millones de dólares de esta organización así como anuncios en Comcast y DirecTV, dos de las grandes cadenas de Estados Unidos, por valor de 50 millones de dólares.
La finalidad de la misma es educar a estudiantes, padres y profesores de los peligros de la tecnología, haciendo hincapié en la depresión que puede provocar un uso intensivo de las redes sociales.
Tristan Harris, cuyo título en Google era diseñador ético, dejó el buscador en 2016 para centrarse en una empresa sin ánimo de lucro, Time Well Spent, (Tiempo Bien Empleado en español). La fundó con la meta de darle la vuelta a la crisis de atención que considera que impera hoy. El 18 de enero fue a la cadena NBC donde denunció que Facebook es una escena del crimen todavía viva.
En la pasada conferencia con los accionistas de esta compañía, Mark Zuckerberg habló directamente de pasar menos tiempo en la red social. El que hasta ahora era el parámetro preferido, el tiempo por usuario, pasaba a reconsiderarse con cambio de enfoque para valorar el tiempo empleado en Facebook como útil.
En enero también saltaron dos voces de alerta, inversores de Apple con poder accionarial significativo, pidieron al fabricante del iPad que estudiase el efecto que generan sus aparatos en los niños. Harris aporta datos para apoyar esta adicción inducida: "Los dos grandes superordenadores del mundo están en Google y Facebook y están apuntando a los cerebros de la gente, a los de nuestros niños".
El elenco de directivos arrepentidos tiene nombres como Sandy Parakilas, ex director de operaciones de Facebook, Lynn Fox, que estuvo al frente de la comunicación en Apple y Google, o Dave Morin, un alto perfil en Silicon Valley, directivo de Facebook.
De la red social también salió Justin Rosenstein, creador del botón de Me Gusta y hoy cofundador de Asana. El colectivo espera que sean más los que se sumen a su iniciativa que pronto comenzará a publicar datos sobre la capacidad para generar visitas recurrentes y terminar generando un grupo de presión como el que fue esquinando a la industria del tabaco.
Sean Parker, primer presidente de Facebook, uno de los personajes más polémicos del sector, se ha sumado a la ola: "Solo dios sabe lo que hace en el cerebro de nuestros críos". Jim Steyer, fundador de Common Sense, una iniciativa similar pero sin conexión con esta nacida en los alrededores de San Francisco no les da demasiado crédito: "Creo que hay cierto grado de hipocresía con todos estos chicos de Silicon Valley".