El mundo está hablando de la profunda crisis a la que se enfrenta Grecia, uno de los integrantes de la Unión Europea más débiles económicamente.
Esencialmente, la nación helena está muy endeudada y no puede pagarle a todos aquellos que le prestaron ya en varias ocasiones (en abril de 2010 rescataron por primera vez a esa nación, y en 2012 por segunda vez) entre ellos, algunos países de la eurozona —como Alemania y Francia— y la Troika, como se le ha apodado a la Comisión Europea, al Fondo Monetario Internacional y al Banco Central Europeo. El préstamo se aprobó bajo condiciones de austeridad.
En junio de 2014 se realizó una revisión de la economía griega y aparentemente, había logrado un “significante progreso”, según un informe del Fondo Monetario Internacional.
Sin embargo, las negociaciones entre el recién llegado gobierno de izquierda griego (hubo elecciones en ese país en diciembre) y la Troika se tensaron, porque los izquierdistas rechazaban de entrada las medidas.
El Banco Central Europeo ya no quiso prestarle a los bancos griegos y en respuesta el gobierno helénico impuso un “corralito”, es decir, una restricción de retiro de efectivo diario, entre otras disposiciones restrictivas.
La Troika ofreció rescatar otra vez al país pero bajo más condiciones de austeridad, las cuales tensaron las negociaciones con el gobierno helénico. Ante esta situación, el primer ministro Alexis Tsipras decidió darle la voz a los griegos creando un referéndum en el que se votara a favor o en contra de dichas condiciones. El 5 de julio los griegos dijeron “no” a estas condiciones (que incluían una reforma al IVA y un recorte de salarios y pensiones, entre otras), las cuales fueron descritas por el mismo Tsipras como “humillantes”.
Se reanudaron las negociaciones con Europa y apenas el 13 de julio pasado se alcanzó un “acuerdo unánime” para rescatar por tercera vez a Grecia. Sin embargo, Tsipras tuvo que aceptar las condiciones de sus acreedores a cambio de 50 mil millones de euros repartidos en tres años. Incluso para el propio Tsipras no es fácil afrontar en su país a sus propios aliados, los cuales han criticado el acuerdo.
Desde finales de junio, las bolsas de valores de alrededor del mundo han sufrido pérdidas por la crisis griega. El 29 de junio, los periódicos mexicanos amanecieron con cabezas como “La crisis griega arrastra al peso”.
Ante la incertidumbre frente al euro —con esta situación la pregunta es si Grecia permanecerá en la zona euro— “los inversionistas se ponen nerviosos y comienzan a tomar ciertas acciones derivadas por el pánico como comprar dólares”, explica Ángel Méndez Mercado, profesor de negocios de la Universidad La Salle. Esto hace que esa moneda se fortalezca y aumente su tipo de cambio.
El gobierno trata de proteger nuestra moneda a través de una subasta diaria de dólares lo que permite que el precio de éstos baje, sin embargo, la subida del precio del dólar afectará a las empresas que tengan deudas en el extranjero porque éstas van a tener que comprar dólares caros para pagar deudas que cada vez suben más de precio. Así, las empresas están resistiendo este embate sin embargo quizá no lo logren por mucho tiempo.
“El mexicano de a pie no lo está sufriendo tan directamente porque se le ha puesto un tope para no aumentar los precios, lo cual ha generado un poco de calma, sin embargo, en cuanto las empresas no puedan con este tipo de cambio lo primero que van a hacer es aumentar los precios”, explica.
Esto es, si el dólar se fortalece, aumentarán los costos de las cosas importadas de Estados Unidos, entre éstas las precios de materias primas y de productos de primera necesidad y esto hace que pudiera verse reflejado en el precio de los productos. “Con esto nos pegan automáticamente en el bolsillo”, explica.
El profesor asegura que esta película la hemos visto muchas veces en la historia económica, de cómo una crisis al otro lado del mundo llega como “onda expansiva” y pega en nuestra economía.
“Los ajustes suelen venir a fin del año, después de las fiestas decembrinas”, afirma.