El 2014 está por terminar y la tan ansiada recuperación no termina por llegar. El crecimiento de 2.2% del tercer trimestre anuncia que la economía crecerá una cifra similar para todo el año, no más.
El mayor gasto de gobierno no fue la solución, tampoco la aprobación de las reformas estructurales. Las expectativas sobre la eficacia del gasto público eran demasiado elevadas, especialmente cuando se fundamentaron en una política fiscal que se ha especializado en tratar de alcanzar el llamado “equilibrio macroeconómico” y no en promover crecimiento.
Durante las últimas décadas la hacienda pública trató de disminuir el déficit fiscal, aún a costa de disminuir la inversión pública. El resultado de dicha estrategia fue el desmantelamiento del capital humano y físico del sector público, particularmente de aquel vinculado con proyectos productivos.
Evidentemente que ello tiene un costo, no es lo mismo enfocarse a la contabilidad de las finanzas públicas que crear programas de desarrollo productivo regional y sectorial que promuevan creación de riqueza y mayor equidad.
La inclusión es otro elemento que se dejó de fuera. Obtener mayor crecimiento depende de las fuerzas productivas, es decir de los trabajadores y empresas privadas. Sin la inversión privada la parte pública es insuficiente, tanto en cantidad como en influencia.
La inversión pública no es democrática con los sectores productivos y empresas, se concentra en petróleo, gas, electricidad, caminos, puentes y vivienda. La economía mexicana es mucho más compleja, requiere inversión en más sectores y empresas.
Además se dejó fuera a los empresarios. La reforma fiscal frenó el consumo y la inversión, con ello desaceleró al mercado interno, algo imposible de compensar con la política fiscal.
Reactivar el crecimiento económico implica reconstruir al sistema productivo mexicano. No se debe olvidar que el problema va más allá del bajo crecimiento de los dos últimos años, la crisis del 2009 aún cobra facturas, así como el estancamiento del periodo 2001-2003. El telón de fondo lo constituye la década pérdida y la gran crisis de 1995. No se puede aspirar a lograr mejores resultados si no se cambia el entorno estructural bajo el cual se encuentra la mayoría de las empresas.
Hay otro factor que no se puede olvidar. A la crisis del 2009 se le adjudicó el apellido “que vino de fuera”. Con ello se intentó trasladar la responsabilidad de la recesión mexicana al entorno externo, básicamente a Estados Unidos. Hoy dicho país exhibe mejores resultados pero no están llegando a todo México, se quedan en algunos de los sectores productivos especializados en la exportación, como el automotriz, en donde predominan los beneficios fiscales para la inversión extranjera.
Hoy el problema del bajo crecimiento económica toca aún a grandes empresas mexicanas, las afectadas por el proteccionismo de Estados Unidos, la reforma fiscal y el bajo desempeño del mercado interno. Aquí hay un aspecto que no se debe obviar: después del estancamiento económico de los dos últimos años y la crisis del 2009 las empresas llegan en una situación de debilidad a un 2015 que no será fácil, la competencia internacional en México se agudizará: China buscará ampliar su presencia, es una alternativa ante su propia desaceleración. El costo puede ser alto.
El mediocre resultado del PIB en 2014 es un llamado de atención sobre la evolución de la economía en la coyuntura que también representa un nuevo recordatorio de que el sistema productivo tiene problemas estructurales que las reformas no solucionarán. Se requiere un programa productivo emergente, que genere consensos entre trabajadores, empresas y gobierno.
Para acelerar el crecimiento se debe sumar a quienes están en capacidad de contribuir positivamente sobre la economía real y el empleo. Es momento de un Acuerdo Productivo por el Desarrollo Económico de México.
Director del Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico.