París, Francia.— Caminando por las calles de París, muy cerca de la catedral de Notre Dame, se escuchan las cuerdas bien afinadas de un violín. Desde siempre he tenido empatía con los músicos urbanos que embellecen las calles, ponen fondo a nuestras historias y nos hacen suspirar con sus notas.
Esta vez, no podía pasar inadvertido al músico, su sangre latina, gestos y la manera de transmitir sus melodías me hicieron detenerme y descubrir la historia de un violinista mexicano que hace sus veranos en Francia tocando en las calles para alcanzar su sueño: convertirse en el mejor violinista nuestro país.
Oriundo de Orizaba, Veracruz, Juan Pablo Elizalde Algalan, de 25 años, es el menor de tres hijos de un mamá ama de casa y un padre que le da fuerzas desde el cielo.
“Yo empecé a estudiar violín cuando tenía ocho años, vi a mi hermana tocando y yo dije que quería tocar el mismo instrumento, a la siguiente semana ya estaba en las clases, pues mis padres siempre nos apoyaron en todo lo que queríamos emprender”, relata.
Comenzaba a tocar las siete de la mañana, sus padres habían encontrado a unos profesores de Ucrania que lo preparaban para convertirlo en violinista, su maestro, el director de la academia Beethoven y director de la Orquesta de Orizaba le ofreció después de analizar su talento, a los 13 años, una beca para estudiar en Kiev, propuesta que rechazó.
“No quería ser un violinista pobre, todos los músicos los son, en mi adolescencia me gustaba el dinero, vendía cacahuates en los parques, les vendía besos a mis tías. Nunca se lo dije a mis padres, pero rechacé la beca porque no teníamos suficiente dinero para que yo me fuera, preferí quedarme y ayudarles, hacer una carrera que me permitiera tener un auto, relojes caros, y los músicos no tenían eso. Abandoné mi sueño a los 19 años”.
Sepulta su sueño
Finalmente, el fallecimiento de su padre terminó por convencerle: “Yo no quiero ser un pobre violinista”. Fue entonces cuando comenzó a estudiar la licenciatura en Administración.
“Pase por momentos muy duros mientras estudiaba, la depresión me hizo pesar 100 kilos, me aislé de las personas, sepulté junto con mi padre la idea de ser violinista, tuve ganas de suicidarme, me encerraba en mi cuarto, las novias que tenía no me hacían sentir enamorado, había perdido la pasión. Lo que me rescató fue buscar clases de salsa. La música ya la tenía en las venas, pero ya no quería volver a tocar mi violín”.
Un día, tocó fondo, se había convertido en un hombre infeliz y sin pasión. Decidió pedirle “perdón” a su violín, le quitó el polvo y buscó a sus maestros, aquellos a quienes 10 años antes le habían ofrecido una beca, les platicó por lo que estaba pasando, él quería seguir tocando y convertirse en el mejor violinista de México.
Sus profesores le dijeron que él tenía el talento, que lo intentara y lo ayudarían para entrar y postular en conservatorio de música de Kiev.
Lo difícil era conseguir 3 mil dólares en cinco meses para financiar el vuelo y pagos básicos de su estancia por un año. ¿Cómo le hace un chico de 23 años en México siendo estudiante, sin trabajo, sin el apoyo económico de sus padres para conseguir esa cantidad de dinero y salir al extranjero?, se preguntaba Juan.
“Existe mucha gente empresaria, amante de la música que ayuda sin esperar nada a cambio, hubo gente que me dijo: ‘Tú naciste para tocar el violín’ y creyó en mí. Toqué muchas puertas, pedí ayuda por todos lados, amigos de mi padre cooperaron, mi familia también lo hizo”.
Con dos años en Europa, estudiando licenciatura en Violín en uno de los conservatorios de música más importantes del mundo y aún con tres años más por recorrer en Ucrania para finalizar su carrera, Juan Pablo hace veranos tocando en las calles. Hoy se deja seducir por París.
“Las dificultades que pasa un mexicano al llegar extranjero son muchas, tenemos las barreras del idioma, la cultura, el dinero, el empleo, la visas, pero cuando se tiene un sueño no puedes detenerte, todo vale la pena. Por mi violín dejé a mi familia, a mis amigos, hoy sé que quiero tocar en una orquesta europea porque tengo el talento”.
En un día bueno, un músico en las calles de París puede ganar en cuatro horas hasta 300 euros, en un día malo, 17. El joven desea abrir un estudio de música en Europa ayudar a su familia.
¿Un consejo de nuestro músico inspirado en Maksim Vengérov?, se le pide al joven: “Que no escuche a la gente que le dice que no puede, salgan, no se queden en casa, conozcan, no tengan miedo. Inspírense de gente, aprendan idiomas. Luchen, no importa la edad, las clases sociales. Sigan sus sueños”.