El grito repetido de “¡Bertha, Bertha, Bertha!” se recordará por mucho tiempo en Bellas Artes. Sorprendió a todos cuando la tarde de ayer, en medio del homenaje a José Luis Cuevas, se dejó oír; primero fue suave y confuso, y luego lleno de fuerza. El grito se impuso en medio de la solemne ceremonia para despedir al pintor, dibujante, escultor y escritor que en sus años de pleno humor e irreverencia había bautizado ese Palacio de Mármol como “El Teatro Blanquito”. El grito fue un homenaje y recordatorio al Cuevas de los años de La Ruptura, al gran dibujante, al irreverente, original y visionario, al que hizo de sí mismo un personaje, y de su personaje un mito; al que se volvió sinónimo de libertad creativa.

El “¡Bertha, Bertha, Bertha!” fue también un homenaje y abrazo a las hijas del pintor —María José, Ximena y Mariana— y a su madre —Bertha Riestra, fallecida en mayo de 2000—; llegó acompañado de un aplauso que se extendió por minutos. Ellas no se guardaron el llanto por ese padre al que no pudieron ver desde 2013; en el suelo quedaron las hojas de las rosas que llevaban y que, nerviosas, destrozaron.

A las 17 horas, una hora después de lo anunciado, de las puertas del teatro principal salieron cuatro hombres cargando una caja de madera y vidrio con la urna de cerámica con las cenizas. En el vestíbulo esperaban desde hacía casi una hora algunos viejos amigos del artista —Fernando González Gortázar, Silvia Lemus, Alfonso Arau, Porfirio Muñoz Ledo, entre otros—, las hijas y amigos e intelectuales —Juan Villoro, Lorena Wolffer, Marisol Gasé, Rogelio Cuéllar, Itala Schmelz—.

La urna fue instalada sobre una columna y de inmediato entraron a hacer la primera guardia de honor la secretaria de Cultura, María Cristina García Cepeda; el secretario de Cultura de la ciudad, Eduardo Vázquez Martín; la directora del Instituto Nacional de Bellas Artes, Lidia Camacho, quienes todo el tiempo acompañaron a la viuda del artista, Beatriz del Carmen Bazán. A lo largo de la ceremonia, la viuda se mantuvo en silencio; ni siquiera reflejó en su mirada sorpresa alguna ante los gritos que evocaban a la primera esposa del pintor. Para ella hubo abrazos de Lemus y González Gortázar.

“¡Las Cuevas!” y “¡No están solas!” fueron otras de las exclamaciones que amigos del artista y de sus hijas lanzaron cuando ellas pasaron a hacer la segunda guardia de honor. La música del Cuarteto Ramos fue apagada por los aplausos y gritos. Minutos después, la viuda salió hacia las oficinas del Palacio. Las hijas recibieron el abrazo de la secretaria García Cepeda.

Tan sólo durante una hora y media, el vestíbulo del Palacio de Bellas Artes alojó las cenizas del artista que falleció el pasado lunes y cuyos restos fueron cremados la mañana de ayer.

La imagen en blanco y negro de un José Luis Cuevas sonriente, en un retrato que en 1991 le tomó Rogelio Cuéllar, se impuso en lo alto del vestíbulo. La foto tapó los retratos de Diego Rivera y Pablo Picasso que por estos días han estado en el Palacio como preámbulo a la exposición de temporada. Hasta arriba, varios ejemplos del Muralismo arroparon la escena de homenaje a Cuevas, el mismo que propuso derribar la Cortina de Nopal.

En consonancia con los gritos que se escucharon quedaron para la memoria las palabras del escritor Homero Aridjis, quien en un acto improvisado expresó que además de dolor, la partida de su amigo le dejaba un gran misterio, como el que rodeó a Nellie Campobello: “A mí me va a quedar para siempre el misterio de José Luis en los últimos años. Debo decirlo con toda sinceridad, yo vine a ver el cuerpo de José Luis Cuevas y me toca, con gran ironía, ver sus cenizas, y me digo: ‘¿Donde está José Luis Cuevas? ¿Por qué lo cremaron tan rápidamente? Ese es el misterio de este día para mí, aparte de su muerte, que es dolorosa”.

Las preguntas del poeta fueron interrumpidas por estrepitosos aplausos de las hijas y miembros de la comunidad cultural. El autor expresó su extrañeza por los cambios que en los últimos años mostró Cuevas, quien, dijo, parecía “secuestrado” y en una segunda comparación evocó la anécdota de la emperatriz Carlota, cuando enloqueció y decían que le habían dado toloache. “Para mí, todos estos años han sido patéticos porque una mente brillante, artística, con gran sentido del humor, de la amistad, de pronto se desvaneció. Esto será un misterio para los investigadores del arte mexicano”.

Despedida de los amigos.

Después de unas palabras de la secretaria García Cepeda, el arquitecto Fernando González Gortázar fue quien evocó la obra del escultor y grabador. Su legado, dijo, “significa la continuidad de una cultura; digamos que los muertos se reconcilian con los muertos, pero no sólo eso, se reconocen como parte de ese reloj gigantesco, siempre cambiante que es la cultura mexicana”.

Alfonso Arau recordó cómo nació La Ruptura: ‘Él fue quien dijo que había que hacer algo juntos porque nos quejábamos de que nuestra generación no era tan importante como las anteriores”.

Al final, Ximena Cuevas dijo en un breve y apurado encuentro con los medios: “José Luis Cuevas es uno de los artistas más importantes de la segunda parte del siglo XX. Es un orgullo tener su sangre. Un hombre creativo, divertido, de sentido del humor; absolutamente imaginativo”.

Cuestionada acerca de la herencia, Ximena respondió que los bienes eran de la segunda esposa del artista.

—¿Qué pasará con el tema de derechos de la obra?

—Ese tema es algo que tendremos que revisar.

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