¡Ahí viene el Coco!, ¡No te salgas a la calle porque te va a salir el Coco!,  ¡Si te portas mal va a venir el Coco y te va a llevar! Dicen los padres a sus hijos. Pero…  ¿Cómo es el Coco?, preguntaba con frecuencia Ignacio Padilla a sus estudiantes, para descubrir con asombro que el Coco tiene muchos rostros. Para Nacho, el Coco tenía cara de fruta tropical, pero con dientes, filosos y temibles dientes. 
Ese ente llamado Coco  fue creado por los padres como herramienta para mantener a salvo a sus niños, a salvo de sus propios miedos. El miedo, decía Nacho, es necesario hasta para los niños, porque el miedo nos protege como especie.  “El niño necesita del mal, pero necesita que esté en el cuento”. 
La historia de la niña que sale al bosque y se topa con el lobo feroz,  las historias de ogros y brujas, fueron perfiladas en el temor a lo extraño, a lo que está afuera.  Y el Coco siempre está afuera, asechando, mirando por las breves aberturas  que deja la cortina en las ventanas.  
“La sociedad genera ficciones monstruosas para resolver miedos que ya están ahí.  Hay un placer en el fondo, yo creo que el lector, televidente o cinevidente de un monstruo, tiene placer con algo que no es verdad”, explicó el autor de “Las fauces del abismo”, a los miembros del Círculo de Lectura coordinado por la escritora Araceli Ardón, la noche del 6 de abril del 2015. 
En esa velada, donde se congregaron curiosos lectores que le preguntaron a Nacho hasta la hora del día que ocupa para escribir, el cuentista y novelista compartió sus obsesiones, algunas que mantenía desde niño. 
CUANDO NACÍ YA ESTABA LA TELE AHÍ 
Ignacio Padilla nació el 7 de noviembre de 1968, y cuando nació ya existía la televisión, Nacho fue un niño que analizaba a detalle todo lo que veía en ese cubo de imágenes. “Cuando yo nací ya estaba la tele ahí,  en blanco y negro,  para mí La Pantera Rosa fue en blanco y negro, los niños ricos sí tenían tele a color, mis primos ricos tenían tele a color, pero yo tuve tele  en blanco y negro  por varios años, hasta los doce o trece años pude ver La Pantera Rosa… rosa”. 
“Cuando nací estaba Vietnam a todo lo que daba,  y había muchos conflictos en todos lados. Y yo sí me veo muy descrito en la tele,  la tele era un ente maldito, pero todo mundo lo tenía, y lo  que demostraba era  nuestra idea de la naturaleza, nuestra idea del otro, que en ese momento eran los alienígenas, el temor al que venía de fuera, el ruso o al nazi alemán, todos los villanos tenían acento extranjero, todos los alienígenas venían de fuera, y había esa idea de que eran malos los alienígenas hasta que aparece  E.T., que es por primera vez el alienígena bueno. Y  a partir de eso vienen otros monstruos”. 
UN BESTIARIO DE AIRE Y UNO DE FUEGO 
En aquella reunión nocturna, rodeando todos “Las fauces del abismo”, bestiario de tierra publicado en el  2014 por Océano, el escritor platicó de su proyecto de Micropedia, en donde pretendía reunir todos sus cuentos.  Y dijo que estaba escribiendo: “Lo volátil y las fauces”, un bestiario de aire. “No sé sí escribiré un bestiario de fuego, quizás”. 
Todo lo que habita en sus libros, monstruos, bestias, palabras inventadas, nacían de sus obsesiones. Comenzar a  escribir a las cinco de la mañana, siempre a mano, era otra de sus manías. 
“Soy  tan obsesivo del  lenguaje, tan neuróticamente maniático de la forma, que cada palabra tiene que ser exacta, cada uno de mis cuentos han sido escritos 25 veces a mano, con pluma morada y en unos cuadernos de tapa roja que sólo encuentro en España, no son caros, son de papelería,  y ya no hay, entonces tengo varios y el día en que se acabe… (Cuando le preguntaron a Rulfo por qué dejó de escribir, él decía: Es que se murió mi tío Abundio que era quien me contaba las historias).  Entonces  cuando me pregunten  a mí: ¿Por qué dejó de escribir?  Voy a decir: Se me acabaron los cuadernos”. 
¿Y cuándo consideras que un cuento ya está terminado?, preguntó uno de sus lectores aquella noche del 6 de abril del 2015.  Ignacio Padilla contestó: Nunca.

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