En la Costa de Chica de Oaxaca viven miles de personas de raza negra, cuya existencia es desconocida.
Llegaron, dicen, desde que sus ancestros esclavos pisaron playas locales en el siglo XVI, y existe la leyenda de que los restos de la barca se encuentran en la región.
En sus costumbres hay una especial: un hombre puede tener dos parejas sentimentales, sin problema.
Y eso fue algo que llamó la atención al cineasta oaxaqueño Jorge Pérez Solano, cuya filmografía está avocada a visibilizar diversos grupos: si en Espiral mostraba los pueblos que se quedan sólo con mujeres, en La tirisia excava dos chicas, embarazadas por el mismo hombre.
“Ahora quería encontrar algo más profundo en el estado y me puse a pensar en la comunidad negra, de la que no hay nada en el cine”, recuerda el realizador.
“Luego el queridato, que yo le mal llamaba amasiato, es que uno puede casarse, pero también tener una querida, como casa chica, y es socialmente aceptable”, destaca.
Y entonces se dirigió a la región negra y comenzó a reclutar a sus habitantes para darle vida a La negrada, filme que estrena este fin de semana en Cineteca Nacional y, en octubre llegará a la plataforma digital de Amazon Prime Video.
El guión sigue a Juana, quien está casada con Neri y tienen una hija. Neri a su vez tiene una relación Magdalena, con quien tiene tres hijos.
La salud de Juana depende de un trasplante de hígado que no podrá lograrse, y se resigna a esperar la muerte en su casa
Al principio, recuerda divertido, no le creían que haría una película, sino hasta que comenzó a pagarles.
“Ellos eran los que debían estar en la película y como son gente que se mueve poco de su lugar, tenía que ir hasta allá. Tallereamos unos cinco meses con ellos y no tanto para darles cosas de actuación, sino para quitarles el miedo de pararse frente a una cámara y decirles que no sería su vida vista, sino la de un personaje”, refiere Pérez Solano.
Así los no actores aportaron mucho al guión, como la forma de hablar.
“De pronto había cosas como decir los verbos al final, como ellos hablan; ver cómo abren un pescado o tiran la red a las aguas, por más que llevara yo años viviendo ahí, no entendería cosas que ellos sí y, en ese sentido, tenían mucha libertad para improvisar”, apunta el egresado del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC-UNAM).