De 1863 a 1963 el convento de Santa Rosa de Viterbo fungió como hospital, eran épocas en donde no había luz y se alumbraba con velas, tiempos en que para abrir un cráneo se utilizaba martillo y cincel; en ese entonces no había guantes que protegieran las manos de los doctores y así tocaban la piel de los enfermos, muchos médicos murieron de contagio.
El padre del doctor Esteban Paulín Cossio fue director de aquel lugar, por lo que el médico recuerda haber llegado por primera vez al Hospital Civil a los ocho años de edad; su lugar favorito era el huerto, siempre verde y fértil por el canal de agua que lo atravesaba, y también fue a esa misma edad cuando se enfrentó a la figura de un muerto, una imagen imposible de borrar.
El médico gastroenterólogo Paulín Cossio participó junto con la enfermera Lupita Zavala en la conferencia “Mis vivencias en el Hospital Civil”, organizada por el Centro de Arte de Santa Rosa de Viterbo, que dirige Araceli Ardón.
Lupita Zavala llegó a estudiar enfermería durante el último año de existencia del Hospital Civil en Santa Rosa de Viterbo, llegó aunque sus padres le habían dicho que no querían que estudiara esa carrera, “era una época muy difícil para la mujer, porque no la dejaban estudiar”, confesó.
Y dejó la casa familiar para cumplir con su vocación, en donde se enfrentó a difíciles retos, el más complejo fue estar presente en las necropsias.
Su turno como enfermera era de ocho de la noche a ocho de la mañana y entre sus múltiples tareas que le asignaban las monjas, era atender el área donde estaban internados los leprosos.
La historia del Hospital Civil es sólo una fracción de las memorias históricas que resguarda Santa Rosa de Viterbo, “edificación del siglo XVIII que está próxima a cumplir 300 años, pero antes de ello pasaron por este predio caudales de la sequía madre, que distribuía las aguas del río Querétaro a las parcelas y haciendas del sur poniente, aquí terminaron de rescatar en septiembre de 2016 esa sequía y están los vestigios de los lavaderos, hablamos del siglo XVI y XVII; este espacio es el único en Querétaro presencia y testigos tangibles de los siglos XVI al XXI”, agregó Araceli Ardón.