“Mi nombre es Abilio y he vivido cuarenta años, seis meses y ocho días en un avión. Bueno, será mejor que dijera aviones, así, en plural. He pasado más de la mitad de mi vida en aviones, entre aviones y con aviones”, así comienza Última escala en ninguna parte, obra póstuma de Ignacio Padilla (1968-2016), que presentó en Querétaro su hijo Esteban, en compañía de los escritores Verónica E. Llaca y Eduardo Garza,
Última escala en ninguna parte cuenta la historia de un hombre que antes de tomar su vuelo de regreso a casa es premiado con un nuevo viaje que tendrá que tomar inmediatamente, pero ese regalo de la buena suerte también se convertirá en una especie de maldición, porque regresar a casa le será imposible.
El libro, dijo Esteban Padilla, revela la esencia de su padre, un escritor que vivía muy deprisa, de paso acelerado pero firme, que al igual que Abilio siempre estaba viajando de un lado a otro, apurado por el conteo del reloj, pero ese perfil de gente ocupada nunca lo conoció Esteban ni su hermana Constanza, porque en todo momento lo veían tranquilo y sonriente.
“Sin embargo después de leer Última escala en ninguna parte, su vida era más apresurada de lo que nos quiso enseñar a mi hermana y a mí, o de lo que nos quiso contar […] y una vez que lo releí, pensando en ese detalle en que podría haber escrito algo más allá de la historia, algo que no pudo contarle a nadie, que no pudo contarnos ni a nosotros, era precisamente eso: vivir eternamente con prisa y vivir de un lado a otro, ya sin importar el camino, sino tener que viajar de un lado a otro, siempre con el pensamiento de que una vez que llegue a tal lugar tengo que apresurarme porque tengo que empezar un viaje a otro lado”.
Esteban también platicó que su padre, después de un viaje al extranjero, siempre llegaba con historias entretenidas, como la ocasión en que “su maleta terminó en Japón, que estuvo siendo interrogado en un aeropuerto por horas, o de la vez que fue confundido por un famoso ornitólogo en la entrada de un avión, ¡quién sabía que los ornitólogos podían llegar a ser famosos!, pero para eso está la literatura, para permitirle a los escritores escribir aquello que no pudieron decir en voz alta y transmitirle a sus seres queridos, inclusive a la gente que no lo conocen, aquello que jamás podrán decir con sus propias palabras”.
Última escala en ninguna parte fue descrita por el propio autor como una historia “triste y extraña, aunque no menos extraña que otros de mis libros”. Al año de la muerte de Nacho Padilla, el físico cuéntico, la obra fue publicada por el Fondo de Cultura Económica, en su sección juvenil.
“Empecé a leer el libro creyendo que era un libro para niños […] pero mientras más avanzaba el libro, más aumentaba la edad con la que creía que alguien podría leerlo, porque a pesar de que tenía los nombres tan peculiares que siempre utilizaba mi papá, Maclovio, Anacoluta, Abilio, comenzaba cada vez a tener una introspectiva hacia el ser humano y el eterno miedo a quedarse atorado en un punto sin retorno, y eso es lo que creo que mi papá quería dejar marcado en este libro, ese miedo que tenía de quedarse para siempre en ese eterno ciclo de viajar de un lugar a otro sin poder volver jamás; ya se acercaba su año sabático de la universidad y estaba tan emocionado que se puso más trabajo, dijo que se iba a ir de vacaciones para poder estudiar lo suficiente y escribir otro libro”, detalló Esteban en la primera presentación que se realizó del libro en Querétaro.
Eduardo Garza, amigo de Nacho, presentó años atrás La gruta del toscano, obra que describió como una geografía moral de la posmodernidad y a Última escala en ninguna parte la llamó cronología de la posmodernidad, en donde se exhibe la prisa y obsesiones de los hombres y mujeres de hoy, que dejaron atrás la idea del turista clásico para convertirse en viajeros frecuentes, igual que Abilio, que siempre andan solos y con la prisa que marca el reloj, para no perder su vuelo, aunque ya perdieron su razón de vivir.