“Terminó aquel país. No hay memoria del México de aquellos años. Y a nadie le importa: de ese horror quién pueda tener nostalgia. Todo pasó como pasan los discos en la sinfonola”, se lee al final de Las batallas en el desierto, novela breve de José Emilio Pacheco (1939 - 2014), que enmarca la transición de lo tradicional a la modernidad, esa modernidad que hoy también es historia, ya sólo queda la nostalgia y a cuatro años de la muerte de Pacheco, es más sentida.
Autor de poesía, narrativa, ensayo; cronista en verso de su tiempo, de su ciudad, de su patria, de la vida y lo cotidiano, eso hermoso o “Indeseable”: No me deja pasar el guardia/ He traspasado el límite de edad/ Provengo de un país que ya no existe/ Mis papeles no están en orden/ Me falta un sello/ Necesito otra firma/ No hablo el idioma/ No tengo cuenta en el banco/ Reprobé en el examen de admisión/ Cancelaron mi puesto en la gran fábrica/ Me desemplearon hoy y para siempre…
Escribió del vecino de arriba, de las casas y las cosas, del fracaso, el desierto, el limbo, la mañana, escribió anti fabulas y como “Epitafio”: La vida se me fue en abrir los ojos/ Morí antes de darme cuenta.
Sus libros: El principio del saber, El silencio de la luna, Los trabajos del mar, No me preguntes cómo pasa el tiempo y Las batallas en el desierto, este último título, una novela breve que quizá muchos jóvenes de hoy conocieron primero al son de Café Tacvba y no negaran que hasta cantaron: “Oye Carlos, por qué tuviste que decirle que la amabas a Mariana. En la escuela se corre el rumor y en tu clase todo el mundo se enteró”.
“La canción es de mi hermano Quique, cada uno de nosotros en Café Tacvba componemos de manera individual, entonces cada quien trae una canción completa, tanto música como letra, entonces mi hermano leyó esta novela de José Emilio Pacheco y le impactó, él quería hacerle preguntas y reclamarle a Carlos, el protagonista”, platicó a EL UNIVERSAL Querétaro, Joselo Rangel, escritor y miembro de los tacvbos, durante su participación en el Hay Festival 2017.
Vicente Quirarte, en el prólogo de Los días que no se nombran, Selección de poemas 1985-2009, apuntó: “Sus libros son, como la obra maestra de Michael Ende, la historia interminable y, en su perfecto mecanismo, cada una de sus piezas narrativas es un ejemplo del género. En sus homenajes a la pulp fiction, José Emilio es nuestro Quentin Tarantino; en sus magistrales cuentos de fantasmas, no olvida el consejo de Montague Rhode James en el sentido de dejar la puerta abierta con el objeto de permitir, mínimamente, la explicación racional”.
En Querétaro se le vio varias veces, como invitado de la escritora Paula de Allende. Y estando en Cartagena de Indias, Colombia, en el IV Congreso Internacional de la Lengua Española, ayudó a Angélica Aguado y José Jaime Paulín Larracoechea, docentes de la Universidad Autónoma de Querétaro, a conseguir firmas de otros escritores para postular a Hugo Gutiérrez Vega al Premio Reina Sofía Poesía Iberoamericana, condecoración en la cual José Emilio también era candidato.
De aquella aventura les queda a Angélica y a José Jaime el recuerdo de haber sido llamados por José Emilio Pacheco “los niños de Hugo Gutiérrez Vega”. Y para sus lectores, presentes y futuros, queda una vasta obra por leer y releer.
Poemas del Señor de los desastres
Mar eterno
Digamos que no tiene comienzo el mar.
Empieza donde lo hallas por vez primera y te sale al encuentro por todas partes.
Those were the days
Como una canción que cada vez se escucha menos y en menos estaciones y lugares.
Como un modelo apenas atrasado que tan sólo se encuentraen cementerios de automóviles, nuestros mejores días han pasado de moda y ahora son escarnio del bazar, comidilla del polvo en cualquier sótano.
La edad del juicio
Implacables, los años me aplastaron. Tengo el cabello blanco por completo.
Mi vida es como un libro ya cerrado. En cambio, aún no me llega la edad del juicio.
Las tentaciones siguen arrastrándome.
El fuego se mantiene siempre insaciable.
Sólo imploro que cese mi locura, que termine cuanto antes.
km