El escritor Mario Vargas Llosa presentó ayer en Madrid su última obra, La llamada de la tribu (Alfaguara) como “un libro escrito para defender al liberalismo contra mentiras y calumnias”.
El ensayo es una autobiografía intelectual, centrada en las lecturas políticas del escritor peruano, Premio Nobel de Literatura en 2010. El protagonismo, más que en su experiencia personal, recae sobre los siete autores que considera que más han influido en su pensamiento, todos ellos liberales: Adam Smith, José Ortega y Gasset, Friederich Hayek, Karl Popper, Raymond Aron, Isaiah Berlinn y Jean François Revel.
Vargas Llosa introduce las siete biografías con un capítulo en el que resume su vida política como la recuperación de “el gran desencanto” que siguió a su militancia juvenil en la izquierda revolucionaria.
Tras sus años de formación marxista en asociaciones clandestinas como el Grupo Cahuide, y su posterior fascinación por la Cuba castrista, a mediados de los años sesenta el joven Vargas Llosa se encontró huérfano de referentes políticos. Sólo llenó ese hueco el descubrimiento de los autores a los que homenajea en este ensayo.
El escritor explicó en la conferencia de Madrid, celebrada en la Casa América, que a la mayoría los leyó a partir de los setenta, cuando vivió en el Londres de Margaret Thatcher. “Algunos de ellos los reivindicaba personalmente la señora Thatcher, como a Hayek o Popper. La sociedad abierta y sus enemigos, de Popper, me deslumbró. Es el libro político que más me ha marcado durante mi vida”, dijo.
Con este nuevo bagaje intelectual, Mario Vargas Llosa fue construyendo una conciencia política propia que ayer defendió a capa y espada, atacando a la Venezuela de Maduro, al nacionalismo catalán, a Donald Trump o a los partidarios del Brexit, a quienes coincidió en definir como “falsos liberales”.
Las elecciones mexicanas del 1 de julio también tuvieron un lugar en su discurso. “Hay una posibilidad de que México retroceda de una democracia a una democracia populista, una democracia demagógica. ¿Van a ser tan insensatos los mexicanos, teniendo el ejemplo dramático de Venezuela, de votar algo semejante? Mi esperanza es que no, y que haya lucidez suficiente”, expresó.
La llamada de la tribu no esconde su carácter de obra de tesis. Vargas Llosa aseguró ayer que una de las ventajas evolutivas del liberalismo es que “no es una ideología, una religión laica como el nazismo, el fascismo o el socialismo, sino una doctrina que parte de unas pocas convicciones y muy firmes”.
Entre esas convicciones, destacó la libertad de expresión (en referencia a recientes episodios de censura artística en España, como la retirada de una obra de contenido político de la feria ARCO) y, sobre todo, el valor de la disensión.
“Existe un mínimo común acuerdo entre los pensadores que componen este libro, y también enormes discrepancias. Pero esas discrepancias no producen una guerra civil, porque un principio del liberalismo es la tolerancia”, explicó, resaltando que esa tolerancia sirve para aceptar “los errores y los aciertos del otro”.
A pesar de ello, cuando fue preguntado por los errores del liberalismo, Vargas Llosa no supo enumerar ninguno. Le atribuyó a esa escuela política “todos los grandes avances de la sociedad actual”, desde la igualdad de oportunidades al feminismo, y pidió que los progresos de las democracias liberales, especialmente en América Latina, se pongan en perspectiva, sin caer en un pesimismo autodestructivo ante la corrupción u otros lastres de lo que él denominó “democracias imperfectas”: “Conviene comparar con la América del pasado y no con el ideal porque, si no, nos vamos a desmoralizar”.
Ése es, en su opinión, el ejercicio que toca hacer ahora con México. “En México muchas cosas andan mal, pero unas andan bien. Hay que esperar que el populismo no gane, sino que retroceda”, dijo.