La obscuridad por dentro y por fuera”. Así define Ana su depresión. Ahora es consciente de su problema, pero cuando tuvo su primer episodio grave, hace más de 20 años, no sabía qué estaba pasando. Tenía dolores inexplicables en todo el cuerpo y una sensación de angustia incontrolable que la hizo acudir a varios especialistas y someterse a todo tipo de exámenes sin ninguna respuesta clara.
Finalmente la canalizaron con un psiquiatra, pero en su clínica del ISSSTE simplemente le dijeron que no había especialista, que regresara en seis meses. Además de las evidentes carencias en el Sistema de Salud Pública, empezó a luchar con los estigmas de adentro hacia afuera. Ella no estaba “loca”, así que por qué tenía que acudir con un psiquiatra, se lo decían claramente sus amigas quienes le aconsejaban dejar los medicamentos y “ser fuerte”. Le recomendaban tés y le decían que “le echara ganas”, pero pronto esas voces también desaparecieron de su vida.
“La tristeza es contagiosa y nadie quiera estar cerca de ella”, dice Ana. De las decenas de amigos, le quedaron un par e incluso sus hermanos la evitaban hasta por vía telefónica. La obscuridad reinaba. Después de estar siempre impecablemente arreglada, llevaba la ropa sucia, olvidaba comer, no era capaz de salir de su casa sola ni para caminar media cuadra. No lograba concentrarse para mantener una charla, ver un poco de televisión o leer un libro; y cuando el sufrimiento la asfixiaba, pensaba en quitarse la vida.
Su esposo y sus hijos tuvieron que aprender muchas cosas de la enfermedad, pero encontrar el especialista adecuado tampoco fue fácil. Algunas terapias la dejaban más angustiada y escoger la medicación adecuada llevo tiempo, pero poco a poco Ana logró recuperar su vida y aunque ha tenido recaídas, han aprendido a reconocer a la depresión como tal, como una enfermedad que no se trivializa, que discapacita y aisla y en la que no se puede bajar la guardia. Agradece los consejos, pero la experiencia la guía ahora.
La doctora María Asunción Lara Cantú, jefa del Departamento de Modelos de Intervención del Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente (INPRFM), señala que uno de los grupos más vulnerables de la depresión son las mujeres, pues se presenta dos veces más en ellas que en los hombres. “Estos datos son estables para todos los países no sólo para México, pero se ha visto que cuando se igualan las condiciones laborales y de ingreso, disminuye un poco la diferencia”.
Desde finales del año pasado la OMS empezó una campaña sobre esta enfermedad, llamada “Hablemos de la depresión” y el Día Mundial de la Salud, que se celebra en abril, está destinado precisamente para reforzar la información sobre un trastorno, que según cifras del organismo internacional, afecta a 350 millones de personas en todo el mundo.
Según cifras expuestas en el libro La depresión y otros trastornos psiquiátricos, publicado recientemente dentro de la colección de aniversario de los 150 años de la Academia Nacional de Medicina y bajo la autoría de las doctoras María Elena Medina Mora, Elsa Josefina Sarti y Tania Real, en México 12% de la población entre 18 y 65 años sufre depresión, pero sólo recibe tratamiento 17.7%. Datos de la Encuesta del Atlas de Salud Mental de la OMS 2014, muestran que los gobiernos del mundo gastan en promedio un 3% de sus presupuestos sanitarios en salud mental, cifra que oscila a menos de un 1% en los países de ingresos bajos y medios, como el nuestro.
Una enfermedad, no un estado de ánimo
La doctora Shoshana Berenzon, investigadora en Ciencias Médicas también del INPRFM, señala que la depresión es un problema multifactorial que combina diversos factores: los biológicos, como la carga genética; factores sociales (pobreza, falta de apoyo social, violencia, vivir bajo situaciones estresantes); y psicológicos, que tienen que ver con adversidades en la infancia o con estrategias poco precisas para enfrentar problemas.
Es así que la combinación de varios factores vuelve más vulnerable a la persona y aumenta el riesgo de que la enfermedad se presente. No hay ninguna causa que actúe sola, subraya la especialista. Por su parte, la doctora Lara señala que en el caso de los factores biológicos, además de la herencia, pueden presentarse alteraciones en el trabajo de los neurotransmisores y de allí se desprende el que los tratamientos farmacológicos sean importantes en ciertos casos, pero prescritos por un especialista y bajo supervisión.
Berenzon agrega que a pesar de la prevalencia, según cifras de la última Encuesta de Salud Mental, pueden pasar hasta 14 años entre los que se presentan los primeros síntomas y se recibe un primer tratamiento. ¿Por qué gente no es tratada oportunamente? La especialista responde que el estigma sobre las enfermedades mentales en general es uno de los factores, pero existen otros motivos que tienen que ver con las características y estructura del servicio de salud en nuestro país, así como con elementos culturales y sociales. “Se cree que las problemáticas ligadas a la depresión tienen que ver con la voluntad, en lugar de asumirlas como enfermedad. El típico ‘’Échale ganas’ muestra que no se reconoce como enfermedad, con esta visión no se requiere especialista”.
La experta en análisis de los sistemas de atención para problemas mentales, señala que los servicios de salud tampoco no están preparados para dar atención a este tipo de trastornos, pues como no son una prioridad, no hay gente preparada y consecuentemente no hay la posibilidad de diagnosticar a tiempo, así que la gente acude cuando el problema es bastante grave.
Agrega que mientras que la salud mental no sea incluida como un programa prioritario y no haya apoyo presupuestal para la investigación y la atención, es difícil que se pueda avanzar en la detección. En este sentido, para ella también es muy importante trabajar también desde la formación educativa de los diferentes expertos en salud, como médicos generales y trabajadores sociales, para que tengan más cercanía con este tipo de problemáticas y más sensibilidad para detectarlas en los servicios de salud de primer nivel.
Por otra parte, el número de especialistas en nuestro país tampoco es alentador. Según cifras expuestas en el mencionado libro La depresión y otros trastornos psiquiátricos, en el país hay una tasa de 3.47 psiquiatras por cada 100 000 habitantes, por debajo del promedio mundial de 4.1. En contraste, la enfermedad es tan importante que ocupa el primer lugar en perdida de años de vida asociados con discapacidad.
Grupos vulnerables
Según la OMS en los últimos quince años, el número de personas con depresión o ansiedad ha aumentado cerca de 50%. La doctora Lara señala que la depresión es un problema difícil de entender porque en la vida hay sucesos tristes que cambian nuestro entorno, como la muerte de un ser vivo o la perdida de la pareja o el empleo, entre tantas otras cosas. “En personas que no tienen una predisposición pasaran un tiempo tristes y se sentirán mal, pero en un tiempo razonable saldrán de la tristeza sin haber dejado de desempeñarse en su vida cotidiana. En las personas que tienen un componente realmente depresivo, los síntomas las incapacitan para actuar en sus tareas diarias y se prolonga por más tiempo el malestar. Es un problema complejo, pero es un problema común”, dice sobre esta enfermedad que generalmente viene acompañada por la ansiedad.
“Se ha hecho muy común hablar de estoy depre, pero habría que definir los límites entre ser pesimista, estar triste y las personas que padecen una depresión. Hay muchas diferencias entre un estado de ánimo bajo a realmente tener una depresión. Para un especialista esto es claro porque es un problema persistente y abarca muchos aspectos de la vida. Es intensa y no logras distraerte ni siquiera en situaciones agradables”.
Algunos de los grupos más vulnerables detectados por los especialistas son los adultos mayores en los que además, dadas las características propias de su edad y su situación social pueden volver confusa alguna sintomatología. De allí la importancia de establecer sistemas adecuados de detección oportuna. “Se requieren generar modelos de atención más cercanos a la población en servicios de primer nivel. Lo que se ha estado desarrollando en este sentido en el Instituto son programas preventivos grupales, por ejemplo para las mujeres, que puedan ser aplicados por psicólogos, enfermeras y trabajadoras sociales”.
Por su parte, la doctora Paulina Arenas Landgrave, investigadora de la facultad de Psicología de la UNAM y que trabaja directamente con las poblaciones infanto-juvenil en riesgo de suicidio, señala que antes no se hablaba de los adolescentes como población vulnerable, pero al igual que por ejemplo las personas de la tercera edad, presentan muchos factores de riesgo externos, eventos de vida estresantes acumulativos que pueden condicionar la enfermedad. “Además a esto se suman las vulnerabilidades de tipo biológico, pero también las psicopatologías de los padres”, señala sobre el efecto directo de los problemas de los progenitores en sus hijos.
Arenas cuenta como hace poco trabajaba en el caso de una secundaria del Estado de México donde se contabilizaban 11 intentos de suicidio de sus estudiantes en un año. Los puntos en común de los círculos familiares eran dificultades en el entorno familiar, como embarazos no deseados, padres incapaces de auto regularse emocionalmente, violencia y trabas económicas.
Aunque no todos los intentos suicidas están relacionados con la depresión, es la causa más importante que detona este tipo de conductas. Una de las alternativas que la doctora ha encontrado para combatir este tipo de problemáticas es trabajar en comunidad para intentar brindar herramientas desde varios frentes a los adolescentes para poder modelar conductas adaptativas y crear lazos afectivos que validen sus necesidades.
Para la especialista por el momento es necesario trabajar con lo que se tiene, pues falta desarrollar una cultura de prevención de la salud mental en toda la población e impulsar por todos los medios más servicios profesionales, pues en México sólo existen 28 hospitales psiquiátricos públicos. Por otra parte, opina que es necesario preparar más a los maestros pues hay mucha buena voluntad, pero falta preparación para ayudar a detectar este tipo de casos que cada día parecen incrementarse. Arenas opina que es importante trabajar en comunidad y no minimizar porque más allá de cualquier cifra o etiqueta se habla de personas que sufren y están en riesgo.