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Después de decir por años todo lo que Francisco Toledo creó, apoyó, defendió, inventó, preservó, no se puede creer que Francisco Toledo haya muerto. Era el artista más prolífico, creativo, irreverente y grande de México de la segunda mitad del siglo XX.
A través de redes sociales, la familia Toledo comunicó “con profunda tristeza que el maestro Francisco Toledo ha fallecido. Pedimos respetar nuestro dolor, y la manera en que nuestro padre manejó su intimidad”. Añadió que a partir de las 23:00 de anoche, en el IAGO, se instalaría una ofrenda para quienes quisieran acudir.
Quien primero confirmó la noticia fue su hija Natalia. El artista falleció la noche de ayer en la ciudad de Oaxaca a los 79 años.
El pintor conocido entre los habitantes de la Séptima Sección de Juchitán, como Ta Min, llevaba varios meses enfermo por lo que se había retirado de la vida pública. Personas cercanas a la familia informaron que la causa de su muerte fue un cáncer que sufría desde hace tiempo.
Activista y artista, dos condiciones indisolubles una de la otra, Francisco Toledo creía, ante todo, en la libertad; libertad para crear, expresarse y luchar.
Nació en Juchitán en julio de 1940; cuando era apenas un niño, su familia se mudó a Minatitlán, Veracruz, y esa experiencia le enseñó de la migración. Muy joven, Toledo compartió y aprendió en Oaxaca y en la ciudad de México con artistas como Rufino Tamayo y José Chávez Morado, quien dirigía la Escuela de Artesanía y Diseño del INBA, en el DF, donde estudió. Todavía no cumplía los 20 años y su obra fue descubierta por el galerista Antonio Souza, quien presentó muestras suyas en México y Texas, y le aconsejó leer a Kafka y Joyce, entre otros escritores. Entre 1960 y 1965 Toledo se fue a Europa; al regresar a Oaxaca su profunda relación con la cultura Zapoteca se convirtió en tema de una obra que por un lado hacía referencia a fábulas tradicionales con orígenes precolombinos, en tanto que otras se referían a personajes históricos, fue el caso de Benito Juárez. Toledo fue un transgresor.
Un creador que no se conformó con crear una obra con una notable estética, que incorporaba e interpretaba la riqueza del mundo precolombino, de los indígenas mexicanos, de la flora y la fauna, y de la literatura, sino que emprendió grandes batallas en defensa del patrimonio cultural, que creó grandes espacios para la cultura y los mantuvo, que se comprometió con la defensa del maíz nativo, de las lenguas originarias, de la verdad: una de sus últimas luchas fue por que se esclarecieran los hechos ocurridos en Ayotzinapa: “Los 43 son nuestra familia, y uno no olvida a sus muertos”, dijo a EL UNIVERSAL en enero de 2015.