alejandro.rodriguezd@eluniversal.com.mx
Estaba molesto. Ricardo Rodríguez se encontraba a disgusto con su auto Lotus porque presentaba problemas de carburación. Así se lo hizo saber a EL UNIVERSAL, aquella tarde trágica del 1 de noviembre de 1962, día de las primeras prácticas de la edición inaugural del Gran Premio de México.
“Cuando nos dirigíamos hacia el túnel para pasar al lado de los pits en el Autódromo [Magdalena Mixhuca, hoy Hermanos Rodríguez], oímos un ‘adiós chatooo’. Volteamos y nos encontramos con la sonrisa franca y juvenil de Ricardo Rodríguez que manejaba un convertible. Le contestamos el saludo y lo alcanzamos en los pits”, detalló el periodista de este diario Raúl Oropeza, en la edición publicada el 2 de noviembre de 1962.
Oropeza describe que Ricardo se veía molesto al bajar de su auto marcado con el número uno. Al pasar a su lado aprovechó para lanzarle su última pregunta:
—Ricardo, ¿qué pasa con tu carro?—, cuestionó el reportero.
“No funciona correctamente la carburación”, le contestó Rodríguez de la Vega.
“Haciéndonos un ademán y dibujando en su cara esa sonrisa juvenil y agradable, se dirigió a su mecánico para señalarle el carro y preguntarle algo”, se describió en dicha crónica.
“Todavía pudimos verlo entre los pilotos y la gente que estaban reunidos en los pits. Esa fue la última vez... Descanse en Paz Ricardo Rodríguez, de todo corazón...”, finalizó.
El cronista Octavio Roy fue de los primeros en llegar a la zona del accidente, la curva peraltada previa a la meta. Ahí vio cómo llegó Pedro N. Rodríguez, padre del piloto y, al ver a su hijo, “estalló en gritos de dolor adivinando que todo había terminado”.
Los camilleros movían la cabeza en sentido negativo. Fue entonces cuando se desvaneció Pedro Rodríguez padre.
A las 17:20 horas fue oficialmente declarado muerto, en el hospital de emergencia de la colonia Balbuena. Un último latido terrenal, para dar paso a una leyenda inmortal.
El día en que Ricardo sucumbió en la pasión de su vida.