El solo nombre de Brasil, como rival, impone respeto, admiración, y por qué no decirlo, deportivamente... hasta miedo.

Hasta que todo cambió. En el 2005, en el Mundial Sub-17 de Perú, un grupo de niños demostró que aún con toda la historia a cuestas, se le puede ganar a los llamados grandes. En ese año Jesús Ramírez y 22 “niños” marcaron al futbol mexicano, al ganar su primera Copa del Mundo, nada menos que a Brasil.

Ocho año después, de cara a los cuartos de final del Mundial Sub-17 de Emiratos Árabes, donde el Tri se medirá a la verdeamarelha, el mismo Chucho sentencia: “Brasil está preocupado porque le toca México”.

Ramírez le desea toda la suerte al equipo que dirige Raúl Gutiérrez, que defiende el campeonato mundial Sub-17. “Muchos de estos chavos vieron a los que fueron campeones en el Mundial de 2011, convivieron con ellos. Lo mejor es que se le dio continuidad al Potro para este proceso, y como ven, ha dado resultado. También vieron lo que pasó en 2005. Han estado entre selecciones ganadoras”, resalta el director técnico.

Entre tantas victorias, lo que se genera, “es un hábito de triunfo. Brasil realmente está preocupado porque le tocó México. Ya no existe esa diferencia mental de antes en donde decíamos ‘chin... nos tocó este...’. Hoy existe ese equilibrio”.

—¿Brasil nos teme?

—No lo sé. Pero no creo que estén tan cómodos como antes.

Historias de 2005

Y ¿qué pasó en ese 2005, donde la historia cambió?

“Fue un proceso en el que hay varios puntos importantes a destacar: La elección, el perfil de los chavos. Tomé en cuanto a lo deportivo, que jugaran bien, acorde a mi idea, pero también quería chavos con un perfil diferente, que tuvieran deseos de aprender y de provocar cambios, grandes cambios”, recuerda Chucho, aún emocionado por lo ocurrido hace ocho años.

Y qué mejor diferencia que ser campeones del mundo.

El cambio no inició en la cancha, inició en la mente. “El proceso más importante fue el mental, lo sostendré siempre. Se generó autoestima. Cuando me siento capaz, cuando me siento equilibrado me doy cuenta de que el italiano, el alemán y hasta el brasileño es igual que yo”.

—¿Se les perdió el miedo?

—Generamos autoestima.

Al final el objetivo estaba claro: “era ser campeones del mundo”.

Pocos creyeron en la palabra de Ramírez: “Muchos decían que era un sueño guajiro, una fantasía, eso fue para todos, menos para nosotros”.

Tan fue así, que ese equipo decidió que sería campeón y hasta con quién querían jugar la final: Brasil.

Brasil, al que no se le puede ganar. “¿Que no? Cuando nos enteramos de que el rival era Brasil, nos empezamos a festejar. Los empleados del hotel nos miraban y decían ‘están locos, van contra Brasil’. Ellos no sabían, era la final soñada”.

Llegó el día, el momento, el 2 de octubre de 2005. “En el vestidor —recuerda Chucho— se vivía como si hubieran ganado el partido, y aún no habíamos salido al campo”.

El cuarto árbitro tocó la puerta: “México, a la cancha”, gritó y los chavos y Chucho salieron al campo. Lo que siguió es otra historia.

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