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El sol caía a plomo. El mediodía en Ciudad Universitaria reventó las frentes sudorosas de los participantes en el duelo entre Pumas y Pachuca. Clima hostil que sigue pasándole factura a los felinos, incapaces de hacer pesar su aduana.
Cuando el reloj marca las 12 pasado meridiano en el Pedregal, los universitarios sufren. Apenas un triunfo auriazul en los últimos 14 partidos en el Olímpico de CU. La localía termina por pesarle más a los que habitan ahí que a los rivales.
Ayer, otra muestra con el 0-0 ante el Pachuca.
“El sol la verdad que está fuerte, pega, y uno hace lo que puede, a veces no se da el ritmo que se da en la noche, pero tratamos de no pensar en eso”, explicó el contención auriazul, Martín Romagnoli.
A Pumas se le notó el sufrimiento, cuando juega en su horario habitual. Daniel Ludueña caminaba en la cancha, luego de hacer esfuerzos que terminaron por extenuarlo. Martín Bravo corría, pero sin poder encontrar la manera de abrir los espacios suficientes, mientras que Diego Lagos e Ismael Sosa carecieron del tiempo suficiente para terminar por decantar el juego a favor de su equipo.
Lagos fue el que más cerca estuvo del gol, pero una agónica intervención con la rodilla de Óscar Pérez evitó el festejo puma.
Del otro lado, los Tuzos pudieron irse al frente. Marco Palacios se resbaló y permitió que el ariete hidalguense, Enner Valencia, se escapara para encarar al meta felino.
El ecuatoriano saboreó el poder fusilar a Alejandro Palacios en el mano a mano. Sacó un disparo, sólido y seco. El envío terminó en los carriles de la pista de tartán del estadio capitalino.
A Universidad también le hizo falta tener enfrente al América. Esa playera amarilla que tiene el mágico efecto en los felinos de ponerlos en pie de guerra.
La semana pasada en el Estadio Azteca, los Pumas tiraron cinco veces a gol. Tres de esos disparos entraron, gracias a la inspiración de El Hachita y Daniel Ramírez.
Todo fue distinto, ayer. Ante su público, los universitarios enviaron tres tiros al marco del Pachuca.
Una semana después del duelo con las Águilas, las garras del felino quedaron chatas.
El partido representó un tormento para los aficionados. Los minutos eran largos y sin emociones.
Aún así, los fieles auriazules, en cuanto escucharon el silbatazo final, reconocieron con aplausos y vítores a sus jugadores.
Agotado, el plantel de Pumas abandonó el estadio. Le quedó el sinsabor de haber empatado, de no haberle regalado un triunfo más a las pupilas de sus seguidores.
Como Romagnoli, los futbolistas entrevistados acusaron al calor del mediodía. Concluyeron en que el clima les pesa más que al rival.