Río de Janeiro.— En la Clínica 23 del Seguro Social, todos conocen a Jahir Ocampo. El adolescente es el primero en llegar a sus entrenamientos y el último en irse. Lo que sus compañeros no saben es que el joven clavadista debe transportarse dos horas diarias desde su casa en Ciudad Azteca hasta Eduardo Molina, donde se encuentra la instalación deportiva.
Así inicia la historia de quien hoy es considerado una de las cartas fuertes de la Delegación Olímpica Mexicana.
“Todo lo que tengo se lo debo a mi familia, que siempre ha estado a mi lado. Mi mamá llevaba en el transporte público las maletas y la comida para que me diera tiempo de llegar. La verdad es que más allá de la remuneración económica, lo que quiero es ganar una medalla en Río para colgárselas a mis padres, de no haberme respaldado así, yo no estaría aquí”, cuenta el seleccionado en la prueba de trampolín de tres metros.
El que persevera alcanza, reza el dicho. Nadie lo sabe mejor que Jahir, quien durante ocho años recorrió grandes distancias para convertirse en uno de los mejores clavadistas del mundo.
“Después de entrenarme, regresaba a la casa a las 11 de la noche para hacer mis tareas y al otro día nuevamente tenía que levantarme temprano. Ahora lo recuerdo y todo ha valido la pena, porque la oportunidad de representar a tu país en unos Olímpicos es algo que pocas personas en el mundo tienen”.
Los papás y hermanos de Jahir estarán con él en el Centro Acuático María Lenk, donde buscará una presea junto con Rommel Pacheco.
“La gente confía en mí, yo confío en mí, sé que podemos ser la mejor pareja de clavados”.
Rommel y Jahir llevan cuatro años como dupla. Desde entonces suman importantes resultados, como el bronce en la Copa del Mundo de Barcelona 2013 y a partir de entonces, su nivel ha crecido y llegan con grandes opciones a Río 2010.