NUEVA ORLEANS.— El corazón de los Harbaugh se queda en esta ciudad. El de John se estremece de júbilo, le revienta en el pecho. El de Jim se contrae, la amargura de la derrota le viene mal. Sí, su hermano goza, y eso alivia el malestar, pero quería ser él quien besara el Vince Lombardi y no ser el perdedor en esta batalla fraternal bautizada como Harbowl.
John se congratula con sus jugadores, ellos son los héroes de esta historia, de este sueño que se convirtió en pesadilla y que de nueva cuenta regresó al terreno de lo dulce en instantes. El mayor de los hermanos corrió hacia el encuentro mutuo. Jim sonrió tímidamente, John no ocultó la satisfacción. Estrecharon sus manos y se despidieron. Uno caminó el sendero victorioso, el otro fue a los vestidores como un digno derrotado.
“La verdad es difícil [saber por lo que pasa mi hermano en este momento], muy complicado. Es mucho más difícil para mí de lo que pensé que sería [ver a Jim así]. En verdad es doloroso”, expresó el coach de los Cuervos al término del Super Bowl XLVII, en el que derrotó a su hermano Jim, entrenador de los 49ers de San Francisco.
Mas eso lo deja en el terreno de lo estrictamente personal y familiar, porque a la vez se regocija con el premio que obtuvieron sus jugadores: ser campeones de la NFL. Baltimore ganó el segundo Super Bowl de su historia, luego de que hace 12 años, vencieron a los Gigantes de Nueva York 34-7 en la edición XXXV.
“¿Cómo piensan que me siento?. Exactamente de la manera en que lo piensan. Se siente increíble”, comentó John. Su hermano Jim, asumió con valor la derrota.
“Quisimos manejar esto con clase y gracia. Tuvimos varias oportunidades en el partido. No dimos nuestro mejor juego, los Cuervos sí. Nuestros jugadores lucharon para regresar al partido. Competimos, luchamos para ganar”.
Ambos estrategas partirán a sus respectivas ciudades. Uno para celebrar, el otro para sanar sus heridas en San Francisco.