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Culiacán.— Hay una reflexión que Julio César Chávez hace cuando observa hacia el pasado. Cuando estaba en la cúspide del boxeo mundial. Cuando, pese a algunos excesos, seguía ganando. En la época en la que fue el ‘Gran César’ del ring y todo empezaba a tambalearse por sus propios vicios.
—¿Cómo hubiera terminado su carrera si no cae en los excesos?
“Con todo respeto, si yo no hubiera llevado una mala vida al final de mi carrera, disipada, mala, de droga y alcohol, hubiera podido llegar a las 110 peleas invicto. A mí nadie me hubiera ganado, porque era un peleador natural. Un peleador que nació para eso. Era mi pasión, era mi vida”, reflexiona Chávez, momentos antes de recibir toda clase de reconocimientos, justo a 35 años de su debut como profesional.
Julio estuvo 89-0. Una marca de peleas ganadas inédita en el pugilismo. Pero ahí llegaron el alcohol y las drogas... la peor versión de Julio. El autodestructivo. Así llegó la derrota ante Frankie Randall, en 1994, léase el principio del final.
“Cuando creía que ya lo había logrado todo en la vida, fue cuando vinieron los excesos y, con ello, las derrotas”, se sincera ‘JC’.
Hoy, Julio busca terminar con todos sus fantasmas. Como parte de un largo proceso, en lo que ha reconocido como su más complicada batalla en 52 años de vida, ayer inauguró una clínica contra las adicciones, justo en donde observó al mismo “diablo”. La que fue su casa en Culiacán, cuando estaba en su mejor momento como boxeador.
“En esa casa me quise quitar la vida varias veces y estuve a punto de terminar con la de mi hermano en otra ocasión. Ahí caí en el alcoholismo y las drogas. Fueron tiempos tormentosos en donde llegué a ver al diablo. Por eso quiero que aquí sea una casa donde se ayude a gente con problemas como los que yo tuve”, explica la leyenda.
Ayer, Julio volvió a ser presentado como en los tiempos de su gloria. Jimmy Lennox y el tradicional “el gran campeón mexicano [...]”. Lennox fue uno de los varios invitados para presenciar la develación de la estatua de la mayor gloria del boxeo mexicano. Un festejo al que se unieron rivales del pasado, que hoy aparecen como sus amigos, Don King, Óscar de la Hoya, Mario ‘Azabache’ Martínez, José Luis Ramírez, entre tantos otros.
“Arriba del ring, uno trata de ganar la pelea. A veces, los dimes y diretes se dan, pero, gracias a Dios, bajándonos del ring, somos amigos. Con la mayoría de mis rivales siempre he tenido una relación muy buena. Excepto uno o dos que me caían gordos y que ni la mano les di”, admite el ex boxeador.
Ahí, al lado de otras glorias del boxeo mexicano, Julio se niega a ser señalado como el mejor de todos los tiempos del pugilismo nacional, prefiere ser simplemente Julio. No obstante, todos los presentes en su querida Culiacán señalan justamente lo opuesto.
“México es una cuna de grandes campeones mundiales y, con todo respeto, me han considerado el mejor peleador mexicano de la historia, pero yo no me considero el mejor, porque creo que cada peleador en su momento ha sido grande”, subraya.
Ayer se cumplieron tres décadas y media de cuando se enfundó unos guantes para hacer su debut profesional ante Andrés Félix. Admite que nunca hubo otra noche en la que se cansara tanto.
“Fueron 115 peleas, en las que sí hubo momentos muy difíciles. Creo que cada batalla tuvo su dificultad. A veces parecía que las peleas las hacía fácil, pero no. Atrás de eso había una gran preparación y concentración”, se sincera Julio César Chávez, quien está por llegar a los cuatro años de mantenerse limpio. Incluso, ayer, hizo otra promesa. Le juró a su madre que dejaría el cigarro, claro, no sin antes fumarse el último tabaco.