Enriqueta Basilio, la primera mujer en la historia en encender un pebetero olímpico, considera, a casi 50 años del hecho, que las Olimpiadas en México fueron una “llamarada de petate”, pues luego que terminaron se quedaron sin entrenadores, “todo fue sólo para cumplir el compromiso”.
Para que México sea sede otra vez, dice en entrevista con EL UNIVERSAL, se deben resolver muchos conflictos como la educación y la pobreza; también se necesita financiamiento.
Para Queta, las Olimpiadas del 68 fueron “los mejores Juegos Olímpicos de la era moderna. Los de ahorita me parece que son puro show y un gigantismo de publicidad, pues sin patrocinio de alguna marca ya no sale nada”.
A sus 68 años, Queta luce delgada y mantiene erguidos sus 1.75 metros de estatura mientras muestra cada uno de sus diplomas, medallas y fotografías, que tiene en ese pequeño altar ubicado en la entrada de su hogar. Mira la fotografía cuando subió los 90 escalones que la llevaron al pebetero del México 68 y narra que aquel escenario lo construyeron a la medida de sus zancadas.
Narra que su madre al principio no la dejaba correr, pues pensaba que podría perder su feminidad. Años más tarde, en 1967, fue su propia madre quien la acompañaría a la Ciudad de México. Ese día fue el más significativo en su vida deportiva. El arquitecto Pedro Ramírez Vázquez decidió que una mujer fuera la que encendiera el pebetero.
Recuerda que hubo quienes se opusieron a que una mujer encendiera el fuego olímpico y quienes la discriminaron “por no ser güerita”.
“Iba en el autobús hacia el estadio cuando uno de los del comité me dijo que mi amiga, una rubia voleibolista, debería ser la que llevara la antorcha. Yo lo miré y se la extendí, si la quiere aquí está, pero no la tomó”.
Ante la pregunta sobre la fecha en que se había retirado como corredora profesional, Queta contestó segura: “Nunca me retiré oficialmente. Nunca fui profesional, porque no conté con patrocinios. Hoy soy una atleta amateur”.
Otro de sus recuerdos del 12 de octubre de 1968, es que se sintió muy nerviosa. Al llegar a la cima pisó un botón para avisar a los organizadores que ya estaba lista para encender el pebetero y abrieran el gas que avivara la flama.
“En los videos de aquel día en ningún momento se ve que yo vi al piso. Parece que iba flotando. Además, porque la energía de la gente en el estadio me hizo sentir que volaba”. Dice que cuando subió la escalera ya no escuchaba ni veía nada, todo era seguir arriba. Nunca se enteró que un día antes la escalinata se desplomó y en la madrugada tuvieron que arreglarla, cuenta sonriente.
“Pienso que ese día no solamente encendí el fuego olímpico, sino que también encendí la llama de algunas mujeres que lucharon por la libertad, la justicia y la equidad de género. Me sentí muy orgullosa de ello, creo que no las defraudé con mi participación”, comenta emocionada por revivir aquel momento. Esa antorcha se la regalaron.
Deporte, complemento de vida
Considera que hoy ya no hay atletismo en México, por desinterés y falta de apoyo. ”Es un deporte muy sacrificado, no hay formación desde niños, debe ser un complemento de la vida académica y mientras no se formalice no tendremos un buen deporte”.