PACHUCA.— La portería del estadio Hidalgo estaba vacía, nostálgica por tener que despedir a su legendario guardián.
Esos tres postes hidalguenses ya extrañan a su ídolo, que no fue malagradecido, porque fue a decirles adiós... para siempre.
El cuerpo de Miguel Calero estaba en un ataúd en el centro del campo, pero su alma se encontraba presente en el ambiente. Las lágrimas de sus familiares dolientes y aficionados que acudieron a la misa en su honor, nunca pararon.
No podía faltar la vuelta olímpica. El féretro, cargado por los futbolistas del actual plantel del Pachuca, recorrió la cancha ante un paisaje adornado por mantas, coronas de flores y música con letra de añoranza.
“No se va, no se va, Calero no se va”. “Mira, mira qué locura, mira, mira qué emoción, ya llegó Miguel Calero, llegó a Pachuca para ser campeón”, cantaba ferviente la porra tuza.
Finalmente, la caja mortuoria llegó a su destino: el centro del coso. Como testigos mudos del adiós del ex portero colombiano, los 10 trofeos que alzó en vida enfrente de su féretro blanquiazul que rezaba “Tuzo por siempre”.
El título más emblemático, el que más destellaba, la Copa Sudamericana que el Pachuca le ganó a Colo Colo con Calero como capitán. Gabriel Caballero, técnico de los hidalguenses, la alzó antes de colocarla en el césped. Las ovaciones cobraron mayor intensidad.
Aplausos, vítores, no parecía un funeral, ni un evento triste, sino un reencuentro con un hombre que le dio gloria a los Tuzos.
El sacerdote impuso el silencio cuando empezó la homilía. Pidió por el eterno descanso de Calero, mientras el llanto comenzaba con mayor intensidad en la viuda, madre, hijos y familiares del colombiano fallecido el martes, tras sufrir dos trombosis.
Comparó al ex capitán hidalguense con El Cóndor, como le apodaban y luego con el mítico Ave Fénix, que resurge de las cenizas.
Antes de que la misa terminara, el hermano del ex portero, Manuel, quebró el círculo que formaron los seres queridos alrededor del ataúd de Miguel para dar un discurso.
Lo único que pudo gritar antes de que la voz se le cortara conmovido y consternado fue: “¡Vuela alto, Cóndor, vuela muy alto!”.
Las arengas se reanudaron. Eran más de 10 mil aficionados quienes acudieron a la gran despedida.
Cuando Miguel Calero se fue del estadio Hidalgo por última vez en su ataúd, la portería por la que salió volvió a quedar vacía para extrañar por siempre a su legendario y ahora inmortal guardián.