La seguridad es tal, que asusta. Alguien con tantita cordura, al ver tantas unidades de policía judicial, camionetas blindadas, despliegue de policías y vigilancia por doquier, se asustaría. Una circunstancia apropiada para la guerra o algo parecido, no para el sano entretenimiento.
Pero no, la locura de estos fanáticos futboleros, fieles seguidores de Pumas y Águilas, comienza desde ahí. Los desafíos, las consignas, los gritos y el acordonamiento de porras simboliza parte de la “diversión” reservada para quienes ven al clásico del “alto riesgo” como parte de alguna actividad extrema que de ninguna manera se quieren perder.
En esa sintonía, hay perros policías, caballos, granaderos y un sinfín de mandos que gritan cuando se aproximan las siete camionetas blindadas donde vienen resguardados los integrantes del Club América. Aventura única, reservada solamente cada que visitan el estadio Olímpico Universitario.
Entonces, las grisáceas patrullas, repletas de judiciales, estorban el arribo y las instrucciones obligan a abrirle paso a este contingente, bien pegadito, que forma parte del operativo de seguridad en resguardo del conjunto visitante. El acceso es rápido y son escoltados por patrullas y motociclistas, atentos a cualquier inconveniente que pueda presentarse.
El numerito especial parece reservado a los microbuses y camiones que transportan a las barras americanistas. De cuatro en cuatro, los vehículos son guiados hasta el estacionamiento que hace vecindad con avenida Insurgentes. “¡Llegó papáaa, llegó papáaaa!”, gritan los chavos, arriba de los camiones o asomados por las ventanas, disfrazados con distintas prendas amarillas. Consignas anti Pumas y nada más, porque en cuanto se estacionan las unidades, inmediatamente son encapsulados. Su liberación depende de un estricto control. Como si se tratara de animales feroces a los que se les debe sujetar.
Ahí no para todo. Después del partido, el operativo continúa. Los jugadores del América y toda su delegación deben salir de la misma forma y para ello es imposible que alguno de ellos se detenga o rompa el bloque. Mucho menos se pueden atrever a bañar. Concluido el encuentro deben abandonar el escenario de la misma forma, lo que en ese momento imposibilita a que las puertas de acceso liberen a las porras locales.
También los camiones aguardan a los fanáticos cremas a salir de la misma forma en la que entraron. Ninguna prenda amarilla puede salir por su propio pie, sin que ello represente alto riesgo.
La atención no puede descuidar a las porras locales, capaces de pelearse entre sí. Cerca del acceso B, un grupo de seguidores felinos se hace de palabras y el pleito obliga a que intervenga la policía montada. Contenido el problema, todo continúa bajo estricta vigilancia.
No, no es la guerra. Se trata de un partido de futbol, aunque usted no lo crea.