BELO HORIZONTE.— Y los 15 mil millones de dólares invertidos en una fiesta que tenía como objetivos el hexacampeonato mundial, además de controlar el descontento social, quedaron reducidos a nada.

La Mannschaft finalizó una celebración que, en teoría, debía terminar el domingo con la Copa FIFA en las manos de Thiago Silva, capitán del Scratch du Oro.

Según cifras extraoficiales, se invirtieron cerca de 15 mil millones de dólares en la organización del Mundial. El Tribunal de Cuentas del Estado Brasileño informó que poco más de 85% del capital llegó del sector público. El resto corrió por cuenta de la iniciativa privada.

Cantidades que generaron descontento en un pueblo ávido de mejores condiciones educativas y de salud.

Eso explicó las violentas manifestaciones vividas durante la Copa Confederaciones 2013, ensayo para el máximo evento futbolístico del planeta. Se esperaban aún más intensas en el actual verano, pero el interminable amor por la Canarinha calmó la situación... Hasta ayer.

Horas antes del choque inaugural entre Brasil y Croacia, del pasado jueves 12 de junio, se dieron algunos brotes de violencia en Sao Paulo y Fortaleza. Nada serio.

La tranquilidad pendía de alfileres, esos que los alemanes arrancaron con su histórica e inolvidable exhibición sobre el terreno de juego del estadio Mineirao.

No se escatimó en el deseo hecho añicos ayer. El 25% del dinero invertido fue destinado en la construcción o remodelación de los 12 estadios que albergan el evento. La mayoría lucen destinados al olvido.

El Nacional Mané Garrincha de Brasilia, que fue reformado para casi duplicar su aforo (de 45 mil a 71 mil 400), costó 900 millones de billetes verdes. Fue el más costoso de la XX Copa del Mundo. El problema es que el principal club de la ciudad, el Brasilia, pertenece a la Tercera División y su promedio de entradas por juego no supera las mil personas.

Si se suma lo invertido en ese inmueble, el de Manaos, Cuiabá y Natal, se rebasan los mil 500 millones de dólares. Los cuatro están en un plan que proyecta convertirlos durante los próximos años, en cárceles u otros sitios no relacionados con el deporte.

“Este es un país de mier... Lo único que tenemos es el futbol y el carnaval. Ahora, ni eso tenemos”, dijo un aficionado brasileño que asistió al Fan Fest en Río de Janeiro.

“¡No me queda nada! ¡Soy un brasileño humillado y me quiero matar!”, gritó Samir Kelvin, ciudadano brasileño presente en el Fan Fest de Sao Paulo.

La celebración terminó, al igual que la tranquilidad presumida por Joseph Blatter, presidente de la Federación Internacional de Futbol Asociado (FIFA).

Tras el silbatazo final del árbitro mexicano Marco Antonio Rodríguez, se registraron algunos brotes de violencia en diversas ciudades.

Brasil gastó 15 mil millones de dólares en su Mundial. Hizo hasta lo imposible por lograr el hexacampeonato, pero no le alcanzó.

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