Arlington.— Cada vez que se presenta México en cualquier estadio de Estados Unidos, la balanza se inclina a su favor, los rivales, la afición del contrincante, sabe que de todas... todas, va a quedar en inferioridad numérica, que el apoyo será siempre y por siempre, para el equipo Tricolor.

Pero pocas veces como ahora, la afición mexicana, siempre fiel, siempre nostálgica a sus orígenes, le voltea bandera a la Selección Nacional. Pocas veces los paisanos cambian la camiseta verde, que ahora es negra y en ocasiones blanca, para ponerse otra. Pocas veces en sus espaldas llevan otro nombre que el de ‘Chicharito’, Memo Ochoa o Carlos Vela.

Hoy todos son... Messi.

Lo primero que provoca el mejor jugador del mundo es crisis de identidad. Lionel Messi es un imán de atención, pues los mexicanos avecindados en Dallas, en Arlington, han decidido además de comprar las camisetas del equipo mexicano, hacer un lugar en su clóset para la de Argentina, y claro, la preferida es la 10.

Muchos pasean por el Fan Fest ubicado a las faldas del AT&T Stadium orgullosos de su afición, olvidando el orgullo patriótico, de dónde vienen y de dónde son.

—¿De dónde eres?, se le pregunta a un seguidor con la camiseta del 1o de Barcelona.

“De La Piedad, Michoacán, orgullosamente”, responde...

—¿Y a quién le vas este día?

“A México, pos claro”.

—¿Y por qué traes la camiseta de Lionel Messi?, cuestionamos.

“¿Eeeh? Pues no más. ¿Qué, no puedo?”, responde violentamente.

Los niños también han sido invadidos con el virus que propaga el jugador del Barcelona, pero en ellos se justifica o se acepta aún más.

“Le dije que si le compraba su camiseta del ‘Chicharito’, de Vela o de Guardado, pero no quiso. Él prefirió que le comprara la de Messi, y hasta berrinche me hizo el condenado”, confiesa un padre resignado a que su hijo prefiera a un jugador que a su país.

“Leo es mejor que el ‘Chicharito’”, se defiende el joven aficionado.

Los argentinos son minoría. Se juntan, aunque no se soporten ni entre ellos mismos, para que su población se vea un poco más grande. Son pocos los que radican en Dallas. “Venimos de Houston. Yo soy de Rosario, la tierra de Messi”, comenta Hernán Adolfo, orgulloso de haber corrido por las mismas calles que lo hizo el ídolo en su niñez, del que porta una imagen enorme de su rostro.

“Leo es Dios”, dice muy seguro.

—¿Qué ese no era Diego Armando Maradona?

“Bueno, Diego es Diego, pero Leo es Dios”.

Cuestiones de religión.

Los equipos salen a calentar, las tribunas del AT&T están repletas, y sí, la mayoría es mexicana. México sale a calentar, en la pantalla gigante colgada en medio del estadio, Javier Hernández aparece y la gente grita, pero en cuanto sale Messi, la gente estalla, los gritos hacen subir los decibeles, todo el estadio se vuelve “argentino”.

No importa si vienen de La Piedad, de Huehuetoca, de Monterrey, de Tuxtla Gutiérrez o hasta de Aguascalientes, a la hora de que el astro sale a la cancha, el mejor jugador del mundo, la nacional se esconde o se echa a un lado.

Y es que esta noche, en Arlington, ya sean mexicanos, argentinos o vecinos, todos son Messi.

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