SAO PAULO, Brasil.— A lo largo de estos días recorreremos este país más allá de las marcas cliché del turismo y la mercadotecnia: carnaval, mujeres, playa y el balompié, para descubrir una nación en construcción, donde la ciudadanía busca empoderarse y está en constante lucha contra el racismo y la desigualdad, en donde hay un culto excesivo por el cuerpo, una pasión exacerbada por la música y sí, por supuesto, una religión: el futbol.

Durante el viaje trazaremos la radiografía de una nación de cara a una Copa del Mundo, que estará marcada por la polémica: las denuncias de corrupción y el gasto excesivo, en un año donde también se decidirá el rumbo político de este país, pues en octubre se realizarán elecciones federales y estatales y se renovará la presidencia.

Un Mundial también marcado por los incidentes que han cobrado la vida de trabajadores en la edificación de estadios, con obras atrasadas y mal realizadas, que tienen fecha límite, y con un déficit de infraestructura logística en las ciudades sede para albergar un evento como el Mundial.

Esta será una Copa del Mundo que enfrentará también la sombra de las violentas protestas que miles de brasileños protagonizan por el aumento a las tarifas del transporte y en reclamo por el gasto excesivo para la realización del Mundial. Durante la Copa Confederaciones se pudo ver que el malestar social es generalizado en Brasil. Ante el abismo económico y social que viven los ciudadanos, en un país marcado todavía por el racismo de clases y el color de la piel, estas protestas seguro se repetirán.

Hace apenas 28 años que este país puso fin a la dictadura militar que heredó el poder en elecciones a grupos empresariales, que firmaron un pacto de no agresión y que por años han cuidado las espaldas a los tiranos para no juzgar a ninguno de los responsables de asesinatos y desapariciones.

En 2003, hace casi 11 años, llegó a la presidencia, el primer mandatario vinculado a la ciudadanía y a la izquierda política, el líder sindical Luiz Inácio Lula da Silva, símbolo de la conquista del poder de alguien ligado a las clases populares del pueblo brasileño.

Desde 2010, Dilma Ruossef, una ex guerrillera y luchadora social torturada por la dictadura militar, se encuentra al frente de la presidencia. Rousseff instaló en 2013 una Comisión de la Verdad para investigar las denuncias de violaciones a los derechos humanos durante la dictadura, pero sin levantar la amnistía a los represores. Mientras colectivos de estudiantes, investigadores y reporteros independientes luchan por abrir los archivos secretos y reconstruir este pasaje obscuro de la historia brasileña.

Ante este panorama del despertar de la conciencia social y la posibilidad de protestas, Dilma Roussef será una protagonista clave en el desarrollo de la Copa del Mundo en la que algunos de sus organizadores y dirigentes deportivos vinculados a la FIFA y al Comité Olímpico Internacional enfrentan un pasado que los liga con la dictadura y los condena al rechazo social en el país más futbolero del mundo.

Hoy, en Brasil el tejido social sigue fracturado, la ciudadanía y colectivos estudiantiles comienzan a reconstruir su historia, a edificar organizaciones que investiguen, juzguen y castiguen a los responsables de miles de casos de tortura y desaparición, entre los que se encuentran también estos funcionarios deportivos y dirigentes del futbol brasileño, a quienes la gente llama Cartolas, y que ahora han heredado sus puestos a familiares y amigos.

Comencemos este recorrido por el otro Brasil más allá de las postales turísticas y adentrémonos durante las siguientes semanas, en un viaje por la historia, la cultura y la crítica social de las sedes mundialistas, por su riqueza gastronómica y cultural, de la mano de la pasión por el futbol.

Esperemos que en este Mundial, como diría Eduardo Galeano, aparezcan en las canchas algunos descarados que olviden el libreto y cometan el disparate de gambetear a todo el equipo rival y nos regalen el más maravilloso juego.

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