Esos primeros Pumas salían de las facultades y se ponían a jugar al futbol. Estudiantes unos, egresados otros, rememoran el nacimiento del Club Universidad, en familia. Después de todo, ellos pusieron las primeras piedras.
“El espíritu de aquel equipo era que fueran puros estudiantes, extraídos de los campos de las facultades”, recuerda Alfredo Echávarri, quien —aún adolescente— estuvo ahí, entre los fundadores. Uno de ellos, su hermano mayor, José Manuel.
“Tenía 14 cuando se formó esa generación de fundadores, incluso debuté en Segunda División, ya con 17 años. Fue muy bonita toda esa relación, porque me permitió conocer los viajes del equipo. A veces me llevaban, me colaba por ahí en el camión. Viajaban con bastante austeridad”, comparte don Alfredo, ahora con 74 años cumplidos.
José Manuel, su hermano, le saca casi una década. “En ese entonces, ya había terminado mi carrera en arquitectura, habíamos acabado y estábamos para ejercerla”, rememora el mayor de los Echávarri, quien a los 83 años, es uno de los pocos fundadores que sobreviven a esa histórica primera generación.
El 12 de septiembre de 1954, los Pumas debutaron en Monterrey, en la Segunda División, después de que semanas antes habían sido aceptados por la Federación Mexicana de Futbol. Sí, historia pura.
“Imagínese la emoción que teníamos, por debutar en Segunda División. Fue una cosa que nos cayó como del cielo”, señala don José Manuel. “Nos sentíamos muy contentos. Jugábamos con mucha habilidad. Queríamos mucho a los Pumas y nos cayó de maravilla”.
Sí, todos eran estudiantes y empezaban de cero. Sin ingresos, muy a nivel amateur en aquellos primeros años. Jugaban por el placer de representar a la UNAM. “A partir de esta época, los fundadores, todos, eran puros estudiantes, ingenieros, arquitectos...”, revela don Alfredo.
En 1957, luego del duro aprendizaje en la rama de ascenso, el equipo —que en ese entonces competía con el Politécnico, en Segunda— se retiró temporalmente. “Cuando regresó, en 1958, se mantenía la base de puros estudiantes”, agrega.
Así, en aquel año, Alfredo fue seleccionado por Héctor Ortiz.
“Había unos torneos muy interesantes entre facultades, Leyes, Comercio, Arquitectura, Ingeniería, Veterinaria. Todas las facultades intervenían en un torneo muy serio y bien organizado. De ahí observaban a los jugadores y viéndome jugar, Héctor Ortiz me invitó. Tenía yo 17 años en ese tiempo, cuando regresó la Universidad a Segunda División”, relata sonriente.
Sí, el chamaco que seguía a su carnal hasta el vestidor de esa primera generación de fundadores, ahora formaba parte del equipo. Y terminaría por participar en el ascenso de los Pumas, en 1962, ya con Octavio Vial en el timón.
Al igual que José Manuel, su hermano estudió arquitectura en la UNAM. “Los cinco años de estudiante fueron paralelamente con la carrera”, cuenta Alfredo. “El equipo se fue profesionalizando. En los últimos campeonatos que jugamos, viendo que se acercaba el ascenso, nos fueron apoyando económicamente, hasta ser profesionales”.
Tanto así, que “cuando ganamos el campeonato, aunque seguimos jugando casi todos, ya estábamos reforzados con extranjeros”.
Ambos eran mediocampistas. José Manuel es uno de los inmortales fundadores, y Alfredo participó en el ascenso. Los Echávarri aún disfrutan en familia esos dos pasajes históricos en Pumas. “En mi casa olía a iodex y en los burós había vendas en todos los cajones”, descubre. “Manuel y yo estudiamos arquitectura. Con el tiempo hemos trabajado juntos, como socios en el mismo despacho”, comparte don Alfredo.
Dos generaciones pumas, como tantas que estarán reunidas el próximo domingo en CU, con tal de conmemorar 60 años de garra y futbol.