Sus ojos todavía se vuelven cristalinos cuando recuerdan aquel histórico verano coronado sobre ese césped que, desde hace un año, ya no sólo es sagrado para los británicos.
Han pasado 365 días desde la más gloriosa de las tardes para el futbol mexicano, protagonizada por un grupo de chicos capaces de reponerse hasta de las adversidades que ellos mismos se pusieron.
“El corazón y la valentía fueron grandes virtudes”, recuerda Raúl Jiménez, hoy consolidado como titular en el campeón América. “Unos días de debutar en los Juegos Olímpicos nos propusimos trascender… Y afortunadamente lo hicimos”.
Término pronunciado por el capitán José de Jesús Corona justo antes de presentarse en Londres 2012.
Para cuando Luis Fernando Tena y sus chicos enfrentaron a Corea del Sur, en el legendario Saint James Park de Newcastle, ya habían ganado la presea áurea en los Juegos Panamericanos Guadalajara 2011, el Preolímpico y el Torneo Esperanzas de Toulon, prestigioso certamen juvenil nunca antes obtenido por el Tricolor.
Logros que les hacían pensar que llegar a lo más alto del podio no era simple utopía, sin importar que España y Japón les superaron en los últimos dos ensayos de cara a la máxima justa deportiva del planeta.
“Siempre creímos en nosotros. Desde antes de viajar a Inglaterra dijimos que volveríamos con la medalla de oro, y cumplimos”, presume Diego Reyes, actual defensa central del Porto de Portugal. “Además de buen futbol, el grupo se caracterizó por su fuerza mental”.
Esa que fue puesta a prueba desde el inicio del proceso encabezado por El Flaco. El oscuro episodio con prostitutas en Ecuador, durante la gira de preparación a la Copa América 2011, lucía como preludio de un libro tan corto como efímero, pero sólo resultó el sui géneris inicio de la más fantástica historia escrita por cualquier Selección Mexicana.
“A la fecha sigo diciendo que jamás me había encontrado con un grupo como ese”, recuerda Carlos Salcido, uno de los tres refuerzos mayores de 23 años de edad en aquel grupo. Los otros dos fueron Corona y Oribe Peralta, autor de las dos anotaciones en el cotejo por la medalla de oro, frente a Brasil, el 11 de agosto de 2012.
“Los chavos siempre supieron lo que querían y quedó demostrado con lo que se logró”, complemento el experimentado volante de contención.
Después de empatar con los surcoreanos (0-0), el combinado dirigido por Tena no cedió otra unidad. Superó a Gabón (2-0), Suiza (1-0), Senegal (4-2), Japón (3-1) y el Scratch du Oro (2-1), representativo que también llegó a aquel histórico duelo, en el estadio Wembley, sin conocer la inmortalidad que sólo otorga alcanzar el sitio más alto del podio.
Tendrá que esperar algunos años más, mínimo tres, porque aquella era la tarde más gloriosa del balompié mexicano.
“Es un momento inolvidable para todos los que lo vivimos”, atina a decir Javier Aquino, actual atacante del Villarreal. “De lo más grande que puede vivir un futbolista”.
Lo que explica que sus ojos todavía se tornen cristalinos cuando viajan el tiempo. Se cumple el primer aniversario del más grande hito del futbol mexicano, ese que les ha asegurado un sitio especial en la bóveda celestial.