COLUMBUS.— La mayoría no sabe hablar español, no lo necesitan para vivir cómodamente en una de las entidades que se jactan de ser Pure American, mas conocen perfectamente esas tres palabras que repiten con orgullo: “¡Dos a cero!”.

El peculiar acento las vuelve más dolorosas para los mexicanos que se animan a asistir al verdadero infierno tricolor. Al estadio del Columbus Crew apenas le caben 20 mil espectadores. El aforo es lo de menos. Lo que pesa, intimida, rasga el alma, es el pretérito.

Las tres anteriores visitas de la Selección Mexicana al primer estadio construido en la Unión Americana para el que ellos nombran soccer fueron resueltas con un irrefutable 2-0 a favor del local. Dio lo mismo si hizo frío, nevó, llovió o las condiciones climáticas. También si Enrique Meza, Ricardo Antonio La Volpe o Sven-Göran Eriksson encabezaban el banquillo visitante.

Eso explica la presunción estadounidense. La alegría con la que son exclamadas esas tres palabras que exprimen los corazones mexicanos.

Pero Ángel González no pierde la fe. Es más, invirtió casi 400 dólares en el boleto para un encuentro que muchos consideran imposible de ganar antes de que se escuche el silbatazo inicial. Zacatecano de nacimiento, pero residente en la capital de Ohio desde hace siete años, es encargado de un restaurante en el centro de la ciudad.

“Siempre ha sido difícil conseguir boletos aquí, pero ahora sí se mancharon con los mexicanos”, sentencia. “Eso de tener que comprar el abono del club de aquí por toda la temporada, no tiene nombre...”.

Medida que molestó a los paisanos con anhelos infinitos, aunque ofreció los resultados esperados a la Federación Estadounidense de Futbol. Hay muy pocas playeras verdes en las gradas, predomina la combinación que forman el blanco y el rojo. En la explanada del estadio no se escucha música de banda, apenas unos cuantos acordes de mariachi. En un estado Pure American domina el rock. Los dirigidos por Jürgen Klinsmann protagonizan una involuntaria tabla rítmica bajo la música de The White Stripes.

El clímax llega cuando en la pantalla del estadio aparece Barack Obama, presidente de Estados Unidos, quien dedica un mensaje especial al combinado de su país. Le felicita por su paso en el hexagonal final de la Concacaf rumbo a la XX Copa del Mundo y aplaude que “se reciba a México, con cuya Selección hay una gran rivalidad deportiva”.

Concepto perfectamente entendido por los aficionados. La letra concebida por el poeta Francisco González Bocanegra y la música que compuso Jaime Nunó se escuchan perfectamente. Aquí no hay agresiones a los símbolos patrios. Lo único que hacen los fanáticos locales es levantar el dedo medio. Los pocos mexicanos en la tribuna gozan su himno nacional. Aparecen las lágrimas, fruto de la nostalgia y el enojo por el huracán que azota al Tricolor.

Estrofas que sirven perfectamente como desahogo al asfixiante apoyo para Klinsmann y sus hombres, ese que se acentúa con el silbatazo inicial del jamaicano Courtney Campbell. El hombre que controla el sonido local es pieza clave. No deja de solicitar que la multitud explote. Incluso, las bocinas están volteadas hacia la grada, para que el mensaje sea escuchado por todos.

Y vuelve el “¡Dos a cero!”, seguido de un retumbante “¡Where is Chepo [de la Torre]? (¿Dónde está Chepo?)!”.

Porque, en las gradas del auténtico templo del dolor mexicano, lo que menos importa es hablar español. Bastan unas cuantas palabras y la intensidad que hace sentir visitante a la Selección Nacional como en ningún otro inmueble de este lado de la frontera.

Google News

TEMAS RELACIONADOS