Hay ciertos jugadores que prefieren la soledad del extremo de la cancha, que prefieren la compañía de la línea de banda porque ahí pueden volar.
Javier Aquino es de los futbolistas que están en extinción, es de los extremos que se dan muy de vez en cuando en el futbol mundial, un futbol mundial dominado por los destructores en lugar de los constructores, por los que no sueñan en lugar de los que siempre quieren soñar.
Así es Javier Aquino.
La historia del extremo de la Selección Mexicana comenzó en el estado de Oaxaca, en un pueblo llamado San Francisco Ixhuatán, ahí el pequeño Javier veía cómo su papá dominaba la media cancha: “Era tosco el viejo, pero muy talentoso, ponía buenos pases para gol”, recuerda Javier sobre esos años, en los que patear la pelota era sólo un pasatiempo más.
Pero algo tenía el bajito jugador que comenzó a llamar la atención de propios y extraños. Pronto fue reclutado por Cruz Azul Oaxaca, filial de La Máquina Cementera.
Poco tiempo duró en el equipo de desarrollo. De un momento a otro se mudó a la capital y Enrique Meza le dio la oportunidad haciendo pasar por alto muchos procesos que por naturaleza debía cumplir.
Aquino debutó a los 20 años con el primer equipo de los Cementeros y no volvió a jugar con las filiales, desde ese momento se quedó como fijo en la Primera División, pocas veces como titular, muchas más como cambio, como un gran revulsivo para el equipo.
Con Cruz Azul se volvió estrella y comenzó a ser convocado a la Selección. Su debut fue en Copa América, en un llamado de emergencia de parte de Luis Fernando Tena. En ese torneo a el Tri las cosas no le pintaron, pero Aquino no dejó de luchar.
Vinieron más oportunidades.
Fueron en el equipo que participó en los Juegos Panamericanos de Guadalajara en 2011, en el equipo que participó en el Torneo de Toulon y en el equipo que obtuvo la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Londres en 2012.
Todo era de color azul para Javier, quien no imaginó que iba a mutar.
Sus buenas actuaciones no pasaron inadvertidas en el futbol internacional y en 2013 se anunció su fichaje al club Villarreal en ese entonces en la Segunda División de España.
En tan sólo tres años, Aquino había dado grandes saltos. El joven de San Francisco Ixhuatán ya estaba en Europa.
De nuevo a comenzar de cero. El extremo empezó la lucha por hacerse de un nombre en el balompié ibérico y poco a poco se ganó la confianza de su nuevo técnico, de sus nuevos compañeros, de su nuevo futbol, un futbol que lo debía proyectar mucho más.
La vida le sonreía al oaxaqueño, pero había algo pendiente.
La Selección Nacional Mayor entró en crisis. La esperanza de un resurgimiento estaban fincadas en el aporte de los jugadores que militaban en el viejo continente.
Mas todo falló. El equipo mexicano se vino abajo y los llamados europeos fueron señalados como los principales responsables.
Vinieron los cambios, y con Miguel Herrera al frente del conjunto nacional, los llamados a los futbolistas provenientes del exterior dejaron de llegar.
El Mundial se veía lejos.
Los días pasaron, se volvieron en semanas y meses. Una pequeña prueba y no más. Aquino se había mostrado, lo demás era decisión del director técnico.
La lista salió y Aquino no estaba contemplado. Resignado se fue de gira con el Submarino Amarillo a Asia.
Pero la suerte de uno es la desgracia de otros. Luis Montes sufrió una fractura y hasta Shangai la gente de la Selección se comunicó para decirle a Aquino que su sueño se hacía realidad.
De rebote le llegó, pero esta ahí. Desde San Francisco Ixhuatán a Brasil. Fue un gran paso.