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Si usted quiere encontrar boletos para la gran final, pierde su tiempo si los busca a través del sistema Ticketmaster. Tampoco los hay en las taquillas del Estadio Azteca, que se ubican en la explanada de Tlalpan, donde un par de mantas blancas descubren la leyenda: “Boleto agotado” [sic].

Desesperados, los fanáticos al deporte de las patadas y los codazos se forman frente a las taquillas, a pesar de los letreros. Ayer todos querían entradas.

Ahí, un operativo de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal (SSP-DF) instala a una veintena de oficiales, quienes mientras conversan, de vez en vez detienen a alguno que otro sospechoso, a los que revisan hasta en los calcetines y luego los dejan ir como si nada.

Los uniformados, según, hacen su “chamba”. Mas lo gracioso del caso es que unas calles arriba, sobre Circuito Azteca, se produce la verdadera reventa, sin restricciones ni malabares.

En voz alta los ofertan, sobre todo a los automovilistas que recorren la zona. Concretamente sobre el referido circuito, esquina con Las Flores, en Santa Úrsula. Ahí, los revendedores pululan. Y apenas hablamos de unas cuantas calles que los separan del operativo de la SSP-DF.

Los propios revendedores ocasionalmente bajan a la explanada de Tlalpan, donde “jalan” a los interesados —cansados de esperar en la fila— y los guían a la esquina de Las Flores y Teotongo, donde se produce el libre regateo.

“Ayer estaban a mil 200, hoy subieron a mil 500”, explica uno de ellos, inflexible, a pesar de que se le promete la primera cifra. “Y mañana [hoy] van a subir más”, advierte el muchacho, uniformado en tonos azulcremas, quien hace la labor de atraer a los compradores.

Los boletos que ofrece el revendedor corresponden a las zonas general y preferente, cuyo costo real es de 400 pesos. Sin embargo, otro sujeto también tiene de platea baja y alta, que de 700 se disparan a 3 mil y hasta 4 mil pesos. La cuestión es regatear y que vean al cliente decidido, para conceder menos dinero por las entradas.

Eso sí, “no son falsos, están garantizados”, arguye el individuo. “Me costó trabajo conseguirlos”, pretexta. “Estuve formado tres días en Ticketmaster [sic]”, asegura, con tal de darle más valor al incremento.

Este grupo opera en el perímetro que va de la calle Las Flores y baja hasta la gasolinería que hace esquina con Tlalpan, punto de reunión de muchas personas que también buscan los pases.

Otros revendedores se encuentran entre los primeros de la fila que se halla en la taquilla de Tlalpan. Ahí, éstos aguardan a que el supuesto operativo anti reventa desaparezca, para reanudar su labor en la misma explanada.

Y algunos más se mueven abajo del puente que desemboca en el ‘Coloso de Santa Úrsula’. Así, mientras aparentan lavar o cuidar vehículos, se aproximan en corto y cuestionan: “¿Tienes boletos, vendes boletos?”.

No faltan los que de plano circundan el paradero del Estadio Azteca. Entre las microbuses y los autobuses, alientan el negocio. Y también a lo largo del puente peatonal que une a la explanada de Tlalpan con el Tren Ligero.

En esa zona es donde el supuesto operativo policiaco logra sorprender a uno que otro chamaco, boletos en mano, a los que después sueltan sin discusión. Todo forma parte de un círculo vicioso que temporada tras temporada se da cita en los duelos de alta expectativa. Más aún cuando en año y medio, el América ha podido acceder a tres finales y en todas ha cerrado la misma en el Estadio Azteca.

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