Madrid.— El Atlético de Madrid agrandó su historia en la Champions League con un ejercicio efectivo y de resistencia primero, pasión y sufrimiento después contra el Barcelona, al que eliminó en cuartos de final en el estadio Vicente Calderón con dos goles del francés Antoine Griezmann entre el éxtasis de la afición colchonera.
La contienda estuvo empapada de polémica, pero de ninguna manera el resultado se puede juzgar como injusto. Porque amén del penalti que no pitó el árbitro italiano Nicola Rizzoli a favor del Barça, por unas manos de Gabi, en la agonía del partido, hay que mencionar que mucho antes debió expulsar a tres jugadores blaugranas: Luis Suárez por el codazo a su paisano, Diego Godín; Neymar, tras una patada sin balón a Juanfran; y Andrés Iniesta por cortar con las manos, en el penalti que convirtió Griezmann. Sí, pésimo arbitraje, que no demerita el justo éxito del Atleti.
Una hazaña más del conjunto rojiblanco, un bloque de una tremenda competitividad, que supo aprovechar su momento en el primer tiempo con el 1-0, después contener el arrebato del Barcelona y luego, allá por el minuto 87, sentenciar con un tanto de penalti del internacional galo, el definitivo 2-0.
No estará el Barcelona en las semifinales, como hace dos años, porque en su camino se cruzó de nuevo el Atlético, a dos partidos de la final de la máxima competencia europea por segunda vez en los últimos tres cursos, con su primera victoria contra el equipo de Luis Enrique.
No fue el inicio de alto voltaje de hace dos años del Atlético, muy medido desde la táctica, desde un plan diferente, desde el orden, la perspectiva de un partido de detalles, largo, sin prisas. Necesitaba un gol, pero también en su cabeza estaba su propia portería, la inquietud de que un tanto del Barça era clave.
Tampoco asumió ni un riesgo el conjunto azulgrana desde su puesta en escena, fiel a esa predisposición invariable de manejar el juego desde el balón, a esa posesión, por momentos cansina en su propio terreno, pero sin profundidad, como si las vías ofensivas fueran a abrirse por inercia ante el repliegue rival.
Todo calculado al milímetro. Medido el Atlético y conformista el Barcelona, que mareó la pelota sin destino. No le importó al Atlético, que desde la paciencia y su fría gestión emocional aprovechó su momento, en el minuto 35, en un mal despeje, al centro, de Jordi Alba.
Lo recogió Gabi. Después, un envío estupendo de Saúl Ñíguez con el exterior de la zurda y un cabezazo impecable, sin oposición rival, de Griezmann. Gol. 1-0.
No había aparecido el argentino Messi ni el uruguayo Luis Suárez, apagados por su rival. Era una versión minimizada y ralentizada del Barcelona, extrañamente carente de ambición.
Con la necesidad de un gol, con todo lo que eso conlleva en cuanto a la responsabilidad y cuando enfrente tienes al Atlético, una roca defensiva, pero sin renunciar al ataque, al segundo tanto, mucho más cerca del Atlético que del Barça, como demostró un cabezazo de Saúl Ñíguez que rechazó el larguero.
Atrás, en su mecanismo innegociable de solidaridad y coberturas, ofreció un ejercicio de increíble resistencia y sufrimiento cuando más apretó el Barça.
Arrinconado, entonces sí, por la posesión del Barcelona, que finalmente se acercó a ese conjunto azulgrana ambicioso, pero delante estaba el Atlético, enorme, como la jugada de Filipe Luis al 87’, y el penalti, por mano de Iniesta, para el 2-0 de Griezmann, que consumó la clasificación a semifinales. Agencias