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Pocos, pero motivados, los aficionados neozelandeses disfrutaban de estar en el pletórico Estadio Azteca con su selección en presencia de algo que sería histórico para su nación: repetir por segunda vez en un Mundial de futbol, tras su aparición en Sudáfrica 2010.
Alrededor de 400 seguidores de los All Whites se ubicaron en la cabecera sur de Coloso de Santa Úrsula, mientras que algunos otros aparecían de manera sorpresiva entre la afición mexicana, con las banderas de su país ondeando, y con playeras de su selección o en apoyo al entrenador de los de Oceanía, Ricki Herbert.
En un principio, todo el estadio, incluyendo a la afición visitante, estuvo hermanada por la ya conocida ola. Con el pasar de los minutos, y con un marcador adverso (0-2) durante el final de la primera parte, el sueño de los fanáticos Kiwis comenzó a desvanecerse para no volver.
El apoyo de la afición neozelandesa hacia su equipo disminuía mientras transcurría el segundo tiempo, y los goles mexicanos seguían cayendo.
Pero todo fue algarabía cuando un gol de Chris James, al minuto 85, levantaría a los pocos espectadores visitantes, quienes con cerveza en mano y con las banderas de su selección en lo alto, festejaban la anotación de su escuadra, y pese a la goleada, retomaron la esperanza de saber que aún quedan 90 minutos en la cancha de su equipo, allá en Wellington, Nueva Zelanda, para conocer si repetirán el sueño de volver a participar en una Copa del Mundo, y regresar por segunda vez al continente americano.
Eran pocos, pero eso sí, eran ruidosos. Eran pocos, pero eso sí, muy animados. Eran pocos, y la mayoría no sabía ni de qué se trataba el juego. Eran pocos, pero eso sí, hicieron su fiesta aparte, pues aunque en el fondo, todos sabían que era una misión casi imposible, la de derrotar al Tri, con todo y su crisis, en la cancha del Estadio Azteca, siempre hay motivo para celebrar. A pesar de la goleada.