Es el mundo al revés. El director técnico del anfitrión Pumas se convierte en el blanco favorito de sus propios aficionados. “¡Carrillo, fuera!”, se desgañita un fanático. El repudio no cesa, le vaya como le vaya al equipo auriazul. Y, del otro lado, el entrenador visitante ingresa cual torero a CU. “¡Hugo, Hugo!” y sale como héroe, aún en la derrota del Pachuca.
A su ingreso, el estratega anfitrión, Mario Carrillo, escucha toda clase de consignas e insultos. Resentido, con las manos atrás, aprecia indiferente la ceremonia del himno universitario. Y en cuanto Hugo Sánchez aparece, se adueña del escenario. Lo hace entre una nube de reporteros, mientras los 22 mil 705 espectadores que asisten al estadio Olímpico le dan un apoteósico recibimiento. “¡Hugo, Hugo, Hugo!”, “¡Olé, olé, olé, olé, Hugooo, Hugooo!”, resuena el inmueble.
“Nunca lo había visto”, reconoce, sorprendido, el propio Hugo Sánchez. “Es la primera vez que veo que reciben al técnico visitante, en la forma como fue, y también al técnico de casa”, añade el técnico de los Tuzos, al término del encuentro contra Pumas, luego de caer 1-0 en CU.
El esperado saludo entre ambos nunca se produce. Hugo aterriza en su banquillo y aguarda infructuosamente el acontecimiento. “Es una norma internacional que el técnico anfitrión se acerque. Yo, cuando me toca, tomo la iniciativa. A lo mejor no quiso venir por la circunstancia que hay con él y no se lo tomo a mal”, dice un comprensivo Pentapichichi al referirse a su otrora asesor.
“Estaba concentrado en el himno. Tampoco soy muy sociable con los rivales, no me gusta saludarlos, venimos a competir y a ganar”, se excusa Mario Carrillo, aún sofocado por el calorón y el maltrato de su gente.
Mejor, El Capello atiende, poco antes del silbatazo inicial, a Óscar Rojas, su jugador en América, y a Nery Castillo, con quien coincidió en el Tri, durante el proceso del Vasco Aguirre.
“¡Hugo, te cambiamos por Carrillo, ca...!”, espeta alguien. “¡Carrillo, primer cambio, cámbiate de banca!”, la compone otro.
Sánchez Márquez es el primero en brincar del banquillo hacia la zona técnica, pasados los primeros cinco minutos. Intenso, abre los brazos, manotea y se lleva las manos a las bolsas. Saco negro y playera rosa tipo polo. “¡Olé, olé, olé, olé... Hugooo, Hugooo!” Y el Penta agradece con un saludo a la porra que da al pebetero y también a la del palomar.
“¡Muérete de envidia, Carrillo!”, gritan por ahí. Y sí, el estratega local está que no se la cree. Se sienta, se levanta, camina con la mirada al césped. No es para menos: “¡Hugo, tú sí eres técnico, no chi...!”, corea la porra. Y el timonel del Pachuca, consentidor, dirige para la tribuna.
Acorralado, el entrenador felino se concentra en lo que sucede en la cancha. Voltea hacia el cielo, cuando alguno de sus muchachos falla o se lleva las manos a la cintura, esperanzado en romper el cerrojo visitante.
Al Penta nadie le reprocha el candado que aplica con una doble línea de cuatro. “¡Hugo, no te enca... mejor dale en la m... a Carrillo!”
Los insultos se intensifican al medio tiempo. “¡Vete con el América!”, “¡Ahí está tu papá Carrillo... Hugo!”
Uno a uno se producen los ajustes del estratega local. Orrantia por García, Cabrera por Nieto e Izazola por Herrera. En todos le piden al Tito Villa. Antes del último movimiento, ordena el ingreso de Espinosa, pero el abucheo crece. Pronto corrige y anota a Izazola. El berrinche de Villa incluye arrojar la casaca al césped.
Pero el gol de Izazola le da la razón a Mario. Mas ni así lo premia la tribuna: “¡Fuera, fuera!” ¿Y al Penta?: “¡Olé, olé, olé, olé... Hugo, Hugo!” Él levanta los brazos y se deja querer, aún sin éxito de por medio.