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San Antonio.— Extraño es. Los texanos, durante el siglo XIX, hace 179 años, lucharon con todo y contra todo para lograr su independencia, para primero convertirse en nación y después anexarse a Estados Unidos.
Lo consiguieron con base en sudor, lágrimas y sangre, los restos del Álamo son una muestra de ello, pero siglo y medio después, San Antonio, una de las principales ciudades texanas, sigue siendo mexicana, aunque por nombre, ya no lo sea.
Y 179 años después, se sigue peleando por ella.
Por las calles el verde, blanco y rojo se funde con el blanco, rojo y azul. Los latinos gritan “México”, los locales contestan ”USA” y otra vez se vuelve a pelear por el territorio, como hace casi 180 años. Pero ahora sin balas y espadas.
Son los gritos de una guerra deportiva que va de las calles a las tribunas y que se inicia desde todas las canchas en que estas selecciones se han enfrentado a lo largo de la historia.
Las orilla del River Walk son un jolgorio, una fiesta pintada con los colores mexicanos. Restaurantes de todo tipo venden comida “TexMex”, también italiana, japonesa, coreana... Aquí faltan las hamburguesas, los grandes pedazos de carnes.
Lo que no falta es la cerveza.
Se venden recuerdos de aquella época, combinando el sombrero de charro con el vaquero; combinando el sarape con las espuelas; combinando lo que se quería expulsar, con lo que ya se ha arraigado.
Y en el Alamodome, la batalla continúa. Los estadounidenses quieren hacer pesar su presencia, quieren demostrar que ellos son los dueños de este lugar y gritan lo más fuerte que pueden, tratando de intimidar, de hacer menos a los chicanos, a los paisanos o a los mismos mexicanos que han brincado la frontera para ver a su Selección.
Las tribunas están repletas y los locales se dan cuenta que aunque ya no son tan pocos en el estadio, nunca serán más. Ellos controlan la tribuna sur, pero lo demás es territorio mexicano. Los himnos se cantan con igual emoción y pulmón, pero desde ahí comienzan las diferencias, el sonido local baja la música en la composición de Bocanegra y Nunó, y cuando se comienza a cantar la canción compuesta por Francis Scott Key, la música se eleva, tratando de marcar su territorio.
Pero dentro de las filas verdes hay algunos “traidores”, los latinos que nacieron aquí, los “mexicanos” que no traen arraigado su pasado, que ven hacia su presente, porque sólo conocen la nación que les dio vida y que les da futuro. Ellos portan orgullosos su playera blanca con el escudo del balón junto al corazón. Ellos argumentan en su “espanglish”: “México es el equipo de mis padres... pero yo soy americano”.
Poco hay que reprocharles. Van de la mano con su viejo, con el que llegó hace más de 40 años a ese país en busca de una oportunidad que no encontró en su tierra. Vino en busca de unos dólares y encontró más que dinero, encontró vida y vida dio para el futuro. No reprocha que su hijo reniegue de sus raíces “porque no lo hace. Sabe que en las venas lleva sangre mexicana, pero se ha encariñado de este país, de este modo de vida. Aquí nació y defiende su bandera”.
En la cancha, la batalla continúa. Estadounidenses y mexicanos pelean en lo único en que están parejos... en el futbol. Cuando despeja el portero Rimando se oye el “Pu...”; cuando despeja Cirilo sólo se oyen aplausos. Cuando la toca el ‘Cubo’, el estadio se enciende, cuando Bradley la toma, todos aguantan la respiración.
Y es que hoy, como hace 179 años, la batalla por la ciudad continúa. Al final, Texas se agregó a la Unión Americana, pero ahí está el Álamo que hace recordar los orígenes, el pasado, porque a pesar de que a la postre se perdió el territorio, sigue siendo mexicano.