Para la estadística histórica, la Temporada Grande de la Plaza México terminó ayer con el corte del rabo 128 del coso capitalino, mismo que el español Alejandro Talavante declinó recibir mientras arreciaban las protestas de la afición que consideró exagerada la concesión del juez Jesús Morales; fue la misma escena que minutos antes protagonizó el mejor rejoneador del mundo, Pablo Hermoso de Mendoza, quien, mientras daba la vuelta al ruedo arrojó al tendido, una por una, las dos orejas que había cortado al ejemplar de Los Encinos que abrió la función.

Los españoles fueron protagonistas de la última tarde de la campaña en la México, donde Fermín Spínola obtuvo un apéndice. Hermoso y Talavante salieron a hombros.

Hermoso de Mendoza abrió plaza frente a un toro emotivo y alegre que saltó al callejón y dejó lastimados a dos monosabios. Pablo se adueñó de la escena, rodó al astado y colocó un rejón de castigo. Firmó una faena de maestro, entregó el pecho de sus caballos para clavar banderillas tras vistosos quiebros, cabalgó a dos pistas, llevó al de Los Encinos con temple, bien cosido a la grupa. Las cabriolas en la cara del toro provocaron el furor de los aficionados que siempre esperan por ver al navarro.

Hermoso clavó banderillas por dentro y remató las ejecuciones con pasos de alta escuela. Clavó tres banderillas cortas, prácticamente en el mismo terreno, siguió el teléfono, pares a dos manos; tenía al público en la bolsa con una faena emotiva, templada, en plan de maestro. Pinchó antes de dejar el rejón de muerte en buen sitio y el palco le dio las dos orejas. Le brindó la muerte a Carlos Slim, dio otra muestra de maestría sobre sus cabalgaduras, pero descordó a Cervantes y dividió opiniones.

Spínola bregó al de Marrón para llevarlo al caballo y ofició con total dominio en el tercio de banderillas. Tomó la muleta y encandiló con la dimensión de su toreo.

Fermín dibujó trazos templados y lentos, hilvanó una faena esencialmente derechista de gran reposo, de pases en redondo que lo dejaron ver como un torero que disfruta y hace disfrutar del toreo; pinchó antes de dejar una estocada en buen sitio, pero no gozó de la misma deferencia que la afición tuvo antes con Pablo, y sólo saludó en el tercio. En su segundo, ante un toro de San Diego de los Padres, anduvo en la misma tesitura y, certero con la espada, obtuvo la oreja.

Talavante fue protagonista de otra tarde de alquimia taurina. Embrujó con el capote, a la verónica y por chicuelinas. El de Campo Hermoso hizo pasar apuros a su cuadrilla, primero con un tumbo al picador y, después, casi entablerando a su banderillero Fernando Plaza. Talavante comenzó su labor en los medios, con ayudados por alto y cambiados por la espalda, la faena tuvo la imaginación e inventiva que ya caracteriza al de Badajoz, quien, emotivo, se pasó al toro a la mínima distancia. Fue una labor con mucha sustancia, el español mató con una ración de acero trasera y tendida, pero el juez Jesús Morales no dudó en mostrar el pañuelo verde desde el palco y le llovieron las rechiflas. Talavante renunció al rabo, el primero que corta en La México. El español fue ovacionado tras despachar al segundo de su lote, un ejemplar de Barralva.

La tarde fue menos afortunada para Víctor Mora, quien salió de La México con la espuerta vacía. Entre silencios, despachó a uno de La Soledad y otro de Xajay, el que cerró plaza y Temporada Grande en la Plaza México.

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