Durante esa semana, en la que el clembuterol reapareció como tétrico aderezo en el balompié mexicano, José de Jesús Corona recibía un nuevo golpe en el orgullo cada que encendía el televisor o abría un periódico. El problema es que no le quedaba de otra más que resistir.

Aunque otros siete futbolistas estuvieron involucrados en la polémica por los dos “resultados analíticos adversos” arrojados en los controles antidopaje practicados durante la fecha inaugural del Apertura 2013, ninguno tuvo mayor exposición mediática que el portero cruzazulino, convertido en el “villano favorito” de la Liga MX desde hace algunos años.

Rol que no le agrada, mas reconoce que los errores cometidos en el pasado le cobran factura.
Corona y Marco Jiménez, volante del Querétaro, fueron señalados como los hombres que dieron positivo, aunque la Comisión Disciplinaria jamás reveló la identidad de los involucrados, a quienes exoneró tras varios días de investigación.

Horas en las que el seleccionado mexicano resistió, pese al dolor que le generaba ser acusado.
“Por medio de la directiva [de La Máquina], me dijeron que estuviera tranquilo”, compartió el tapatío, un día después de conocerse la resolución de la Disciplinaria. “Por ahí, fuimos ocho los involucrados; a final de cuentas, no supimos quiénes eran los dos. Por mi parte, [estuve] tranquilo. Podían hablar, decir, ponerme en las imágenes como uno de los culpables, pero ya estoy acostumbrado a eso”.

Se resigna debido a los oscuros capítulos vividos anteriormente.
En febrero de 2010, tuvo una trifulca en el estacionamiento de un bar en Guadalajara. Pese a que, primeramente, uno de sus primos se echó la culpa, el medallista áureo en los Juegos Olímpicos Londres 2012 admitió la responsabilidad un mes después.

No fue considerado para el Tricolor que obtuvo la Copa Oro 2011 y se le suspendió media docena de encuentros, correspondientes al certamen local, por propinarle un cabezazo a Sergio Martín, entonces preparador físico del Morelia, durante la vuelta de las semifinales del Clausura.

“En ocasiones, también he tenido la culpa, pero ahora pasa cualquier situación y las imágenes que sacan en este problema [dopaje por clembuterol] nada más son las mías, sin saber a ciencia cierta quiénes fueron”, lamentó, con tono serio. “Los medios de comunicación dicen que tienen sus fuentes y a uno lo involucran, sin saber a ciencia cierta si en realidad yo fui uno de los dos que pudieron haber castigado”.

Misterio que nunca se resolverá si la Agencia Mundial Antidopaje (WADA, por sus siglas en inglés) no apela lo resuelto por la Disciplinaria.

“Los que especulan simplemente son ustedes [prensa]. La verdad es que uno está tranquilo”, reiteró. “Por ahí, en las imágenes de televisión siempre aparecía yo, pero son especulaciones”.
“Por otro lado, estoy tranquilo y consciente de que siempre me he dedicado al deporte, sin ingerir alguna sustancia prohibida”.

Con lo que explica el dolor que experimentó al encender el televisor o abrir un periódico durante esa semana en la que su nombre volvió a estar involucrado en una situación complicada. Enésimos golpes a un orgullo que se ha endurecido por los tropiezos del pasado, incluidos esos que él mismo provocó.

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